Esperando a los dioses
Probablemente resulte del todo imposible poner fecha alguna al momento exacto en que el primer ser humano puso las plantas de sus pies en las tierras del Nuevo Mundo, pero aquel extraordinario acontecimiento (comparable a la llegada del hombre a la luna) tuvo que haber tenido lugar casi en los albores de la civilización misma.
Todo empezó cuando desde Asia se iniciaron los grandes movimientos migratorios en todas direcciones. Aquellos núcleos humanos o grupos familiares que eligieron dirigirse hacia el norte, con el tiempo vieron su camino interrumpido por causa de un accidente geográfico natural: se toparon con el infranqueable Estrecho de Bering que separa el Continente Asiático del Continente Americano. Todos se vieron obligados a detenerse allí. No obstante, los que acamparon cerca pudieron comprobar que aquellas aguas se helaban con la llegada del invierno, que la superficie del agua se endurecía y que entonces ya era posible caminar sobre ella. Y eso es lo que hicieron, sin dudarlo cruzaron hasta el otro lado, hacia aquellas tierras desconocidas. La tierra que ahora estaba ante aquellos verdaderos pioneros resultaría ser inmensa, con enormes extensiones de bosques y hermosos lagos, con una fauna y flora jamás vista en el Viejo Mundo, con majestuosas montañas y con praderas en donde se perdía la vista. Pero lo que resultó ser más extraordinario que cualquier otra cosa era que en aquellas tierras todavía no había ni un solo ser humano, aquellos pioneros que habían cruzado el Estrecho de Bering eran los primeros de los primeros, y el flujo ya no se detendría.
Aquellos que fueron llegando al Nuevo Mundo no lo hicieron masivamente sino en grupos familiares o tribales, cada cual pudo escoger libremente la dirección en la que deseaba ir y hacia allí se encaminaron. Con el lento paso del tiempo todos aquellos humanos llegaron al extremo sur del continente, y una generación fue dejando paso a la siguiente de modo que todos ellos comenzaron a quedar demasiado lejos no solo en la distancia sino en el tiempo de aquel núcleo civilizador que una vez compartieron. Había tanto espacio en la nueva tierra que con toda seguridad jamás supieron los unos de la existencia de los otros, eso propició que cada grupo fuera desarrollando sus propias características de identidad en cuanto a idioma, folklore, vestimenta y arreglo personal, creencias religiosas y otras costumbres varias. No obstante había algo que todos ellos compartían aún sin saberlo, y eso era una forma de vida sencilla adaptada al entorno que cada cual encontró. Cazaban, pescaban, recogían frutos del bosque y poco más. ¿Cuánto tiempo permanecieron en estas condiciones de vida aquellos primeros pobladores humanos del Nuevo Mundo? Eso no lo podemos saber, pero pudieran haber sido varios siglos. Sin embargo sucedió algo que lo cambió todo para siempre: algo impactante y muy especial ocurrió en un momento concreto de la historia americana, ¿qué fue?
Fue algo más trascendental, incluso, que la llegada de Colón al Nuevo Mundo en 1492, fue un acontecimiento que llegó a causar perplejidad siglos más tarde al mismísimo Colón y a todos los que fueron llegando detrás de él. Aquellas modestas gentes que habían ido llegando poco a poco al Nuevo Mundo, aquellos pioneros que con el tiempo posibilitarían la aparición de culturas extraordinarias tales como los incas, mayas y aztecas, esas personas de Centroamérica recibieron unas influencias de tal calibre, que rápidamente dieron un salto cultural cualitativo y cuantitativo de tal envergadura que abrió una sima insalvable con respecto a las tribus que vivían en el norte y con respecto a los nativos del sur, ¿qué fue lo que pasó en Centroamérica que lo transformó todo para siempre?
Cuando fueron llegando los conquistadores españoles y otros a Centroamérica, de ningún modo se encontraron con gentes que vivieran en estado salvaje y sin recursos, sin conocimientos. Muy al contrario, los asombrados españoles comprobaron que entre aquellos nativos habían excelentes médicos que hasta practicaban operaciones de cerebro; aquellos indígenas tenían muy buenos astrónomos para quienes los cielos no tenían secretos; y como arquitectos, los centroamericanos no tenían nada que envidiar a los arquitectos que habían levantado las catedrales de la vieja Europa; los nativos también disponían de eficaces sistemas agrícolas y de regadío; eran muy buenos artesanos con los tejidos y con la cerámica. Y por increíble que pudiera parecer, en toda Centroamérica funcionaba un eficaz sistema de Correos que era capaz de llevar un mensaje desde un extremo del vasto territorio hasta el otro extremo en solo 10 días, y todo ello por carreteras y caminos muy bien construidos. Ante la magnitud de todo lo que los españoles estaban viendo, muy bien pudieran haberse preguntado que ¿cómo podía existir en aquellas lejanas latitudes un grado tan elevado de civilización si nunca antes ningún europeo había hablado de que siquiera existieran aquellas tierras allende de los mares, razón por la que los españoles estaban convencidos de que ellos eran los primeros europeos en llegar? Y todavía otra cosa. Colón, Cortes, Pizarro y todos los demás comprobaron que en algunos aspectos la civilización de aquellos nativos era netamente superior a la civilización que llevaban los conquistadores.
Ahora, con la perspectiva del tiempo transcurrido, nos resulta evidente que aquellos nativos centroamericanos habían sabido desarrollar una cultura superior a la del resto de humanos que vivían en el Nuevo Mundo. Pero ¿cómo lo consiguieron? ¿Lograron tantos conocimientos ellos solos o les ayudó alguien? ¿Quién les puede haber ayudado y cuándo? ¿Qué fue lo que verdaderamente ocurrió?
Quizás no tengamos nunca una respuesta definitiva, pero sí que nos vamos a encontrar con indicios que parecen señalarnos en una dirección. Ante la falta de verdaderas pruebas, algunos han dicho que ese grado de civilización en Centroamérica se debe a visitas de los templarios, incluso a visitas extraterrestres. Nada más lejos de la realidad. La verdad de lo sucedido en Centroamérica es mucho más sencilla que todo eso, y redescubrirla de nuevo pudiera volver a cambiar la historia del Nuevo Mundo por tercera vez en 30 siglos, y al hacerlo, todos los pueblos de Centroamérica estarán recuperando sus orígenes que son tan ricos como los de la vieja Europa. Amigos lectores, lean y luego juzguen.
Luís Marcos Núñez
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