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Movido por el deseo de perpetuar su gloria para la eternidad, Ramsés II levantó monumentos por todo Egipto. Fue el tercer faraón de la dinastía XIX, coronado en 1279 a.C. y durante su reinado acometió un programa constructivo sin precedentes. El país se llenó de nuevos edificios religiosos.
Da la sensación de que en Egipto no existió ningún rincón donde el rey no estuviera inmortalizado en piedra para asegurar su memoria más allá de la muerte.
En Abydos concluyó la obra de su padre Seti y erigió su propio
templo; fundó y agrandó santuarios en diversos lugares, entre ellos Tebas, Karnak y Luxor. Para afianzar su presencia en Nubia edificó allí varios
templos, entre los que destaca el de Abu Simbel, éste dedicado a Amón, Re-Horakhty, Ptah y al propio Ramsés deificado. Allí, en Abu Simbel, dedicó un
templo más pequeño a su esposa Nefertari. Ramsés fue un maestro en el uso de la propaganda, y para engrandecerse a sí mismo.
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