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12-07-2009, 16:42:09
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El Fatalismo de la Mezquita
En El Cairo se puede ir a comprar una lavadora a las dos de la mañana o llamar al fontanero para que venga a casa antes del rezo del amanecer. La ciudad nunca duerme. Muchos restaurantes, tiendas y bazares están abiertos. Hay que ganarse la vida a turnos, a golpe de insomnio, como sea. Y, a decir verdad, la gran capital egipcia gana con la noche. El tráfico suicida se relaja, el calor amaina, la polución se diluye y los destellos nocturnos crean una atmósfera irreal y mágica que realza la belleza y oculta las vergüenzas.
La noche es también símbolo de libertad siempre postergada por una sucesión de ocupaciones foráneas, regímenes militares y corsés religiosos. De noche las costumbres se relajan y las orillas del Nilo se llenan de paseantes. Bajo la penumbra, las parejas se entregan al cortejo, las famílias conversan, los chavales pescan hambre y contaminación en el lecho del gran río africano y el proletariado se pone tibio de hachis para catar es pizca necesaria de euforia que les niega la implacable realidad
Como ocurre en Las Vegas, la ciudad nocturna por antonomasia, el día sacude los espejismos. El Cairo se parece entonces a La Habana, una señora de alcurnia venida a menos, carcomida por la decadencia, a una ciudad que se cae a trozos. Al adentrarse en casi culaquier barrio, sorteando a tumba abierta el tráfico de las caóticas avenidas, se encuentra El Cairo real. Las calles dejan de estar asfaltadas, algunos bajos mutan en corrales para el ganado, montañas de basura ocupan los solares y la pobreza máz cruda revela su sonrisa desdentada.
Cualquier agujero sirve de vivienda. Millones de egipcios siguen dependiendo de la triste dieta de la cartilla de racionamiento. Aceite, arroz, azúcar, té, lentejas...Introducida en tiempos de Nasser, muy poco ha mejorado para la gran masa de desheredados egipcios. En las entrañas del barrio islámico lejos de los destellos del escaparate turístico de Jan el Jalili, los edificios son auténticas madrigueras. En sus sótanos trabajan día y noche encolando sandalías y zapatos. Gente de todas las edades, incluídos muchos niños, trabajan en esa industria subterránea a cambio de sueldos magros.
En esos conglomerados de miseria, el único refugio para escapar del polvo, el ruido y la sumisión, son las mezquitas.Incluso para el visitante son un oasis. Se puede dormir, comer, leer, estudiar, charlar o simplemente, descansar un rato en una atmófera de paz. No entra la policia ni hay que besarle los pies a nadie.
No es de extrañar que algunas encuestas sitúan a la egipcia como la sociedad más religiosa del mundo. Para los conocedores del país de las pirámides, esta desmedidad religiosa es a su vez una de las razones para explicar la resignación y el fatalismo con los que el egipcio acepta su amargo destino. Sirvan las palabras de uno de los personajes de Alaa Aswany en " El edificio Yacobian" para ilustrarlo: "Dejo mi suerte en las manos de Dios, poderoso y glorioso. Cualquiera de los destinos que me haya reservado lo aceptaré, si así me lo permite"
Autor: Ricardo Mir de Francia
Artículo publicado en El periódico 19/06/09
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Última edición por Ciro fecha: 12-07-2009 a las 20:08:37.
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