Aunque no guarde relación directa con Egipto quiero dejar escrito esta deliciosa fábula sobre los gatos.
Cuenta la leyenda que una princesa, para salvar a su enamorado de las manos de un malvado mago, tenía que enrollar diez mil madejas de lino en treinta días.
Desesperada por tan enorme encargo pidió
ayuda a sus tres gatos.
Éstos trabajaron día y noche y consiguieron acabar a tiempo la tarea encomendada.
El amante fue salvado y la princesa, que era un hada, para recompensarlos les dio la facultad de ronronear, en recuerdo del rumor del aspa del lino.
Me gusta esta fábula y adoro oír el ronroneo del gato. Muchos eruditos y estudiosos han intentado explicar la mecánica y los motivos que inducen a una gato a ronronear. Pero el gato se ríe por debajo de sus bigotes de tantas disertaciones, porque sólo él sabe que el ronroneo es el ritmo, el armonioso y eterno ritmo del cosmos, el sonido del universo a través del cual la serenidad y el equilibrio se funden y se extienden por toda la creación.
Sin duda, los primeros en comprenderlo fueron los egipcios.
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