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  #41  
Antiguo 12-07-2008, 20:32:28
akenaton82 akenaton82 is offline
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Predeterminado Danzad, danzad malditos

Última noche en medio del Mar de Nubia. Celebración. Cena de sabor nubio servida por camareros nubios, vestidos con trajes tradicionales nubios. De postre, muestra de folklore nubio en el salón.

Casi todos los que volvemos de Egipto compartimos nuestra simpatía por los egipcios. Y si son nubios, ese sentimiento se dispara. Como son más altos y oscuros que sus compatriotas del Bajo Egipto, sus sonrisas brillan más y desde más alto. Eso nos gana. En Europa dosificamos las sonrisas con quien nos es extraño; no ser que nos paguen por ello o formen parte de una estrategia comercial.
Podríamos decir que ya sólo nos podemos creer en la sonrisa de los niños. Ni por esas, los excesos de la TV, el tiempo consumido ante la “plei” y la pérdida de la calle como lugar de juegos, han hecho auténticos estragos. No resulta difícil comprobar como algunos de esos supuestos tiernos infantes esbozan esa media sonrisa de “colmillo retorcido” que -a partes iguales- hielan la sangre y nublan toda esperanza. Esas sonrisas interesadas, calculadoras. Sonrisas que llevan aparejadas consecuencias y a menudo una calculada rentabilidad; al más puro estilo Bette Davis.
Pero ni Egipto es Occidente, ni puñetera falta que le hace. Al menos en ciertos aspectos, claro, en otros le hace falta, y mucha. Pero aún nos pueden dar algunas lecciones, porque nosotros ya hace tiempo que las hemos olvidado.

Me gustan los nubios por sus sonrisas. Arrastro un importante déficit de ellas, y al precio que están, se están convirtiendo en un verdadero lujo. En cambio ellos las administran con la cotidianeidad de un artículo de primera necesidad. Luego está esa manía personal mía: la pasión por los perdedores.
Cuando estuve en Granada, no podía evitar ponerme –inútilmente- del lado de los recién conquistados “moriscos” más de 500 años atrás. Cogí un “paquete” a los Reyes Católicos que ni os cuento. Y del cardenal Cisneros, no hablemos…
Cuando visité El Cairo mis simpatías se dirigían hacia los “coptos”, especialmente hacia los zabalin de la “Ciudad Basura”. Ya en el Alto Egipto, los nubios, quienes fueron los grandes perjudicados por la construcción de la Alta Presa, son los que se encargaban de dar contenido al lema “pon una causa perdida en tu vida”. Reconozco que además de demagógico, resulta estéril y contraproducente, pero no lo puedo remediar.

Cuando vivía en Londres, me vi obligado a desempeñar, para sobrevivir, los más ingratos trabajos. Eran los tiempos que siguieron a la primera Guerra del Golfo, que no hizo sino agravar una profunda crisis económica que ya llevaba tiempo asolando al país. Así que todas las escasísimas oportunidades laborales se planteaban desde un “lo tomas o lo dejas”. Lo tomábamos, claro. Y lo que tomábamos eran trabajos durísimos y desagradables, a los que había que sumar, jornadas eternas, sueldos bajísimos, y pésimas relaciones. No sólo con los jefes, sino que también –y esto era lo más triste y denigrante- con los propios compañeros de trabajo, con los que andábamos a dentelladas.
No sé quien fue quien dijo aquello de “no hay trabajo indigno”. Una de dos: o nunca se ha visto obligado a limpiar "lo que les sobra" a los demás, o se trataba de un cínico merecedor del peor de los castigos. Pero que no me vengan con que es un aforismo de la sabiduría popular. No se puede llamar digno lo que no es reconocido ni mucho menos agradecido.

Pero allí estaban "nuestros nubios", con sus enormes sonrisas, empeñados en hacernos felices. En realidad, sólo establecíamos un fugaz contacto con ellos cuando “nos servían” en el restaurante. Sin embargo, considerando las dimensiones de nuestro barco, el número de pasajeros y el ratio pasaje/tripulante, a mí no me salen las cuentas. A no ser que nos rindamos a la evidencia de que aquellos hombres gozasen de habilidades multidisciplinares. Es decir, antes de servirnos en las mesas, probablemente habían estado un buen rato trabajando “nuestros alimentos” en la cocina, que posteriormente limpiarían de arriba abajo, al igual que el restaurante, después de fregar nuestros platos y prepararlo todo para el siguiente turno. Si todo terminase ahí, ni tan mal. Pero me temo que sus aptitudes “polivalentes” abarcaban otras labores que ni siquiera imaginamos, pero que en un barco alguien tiene que hacer.
A todo esto, y por si fuese poco, había que añadir un extra: la “Fiesta Nubia”. Ésta implica como mínimo, dos pesadas cargas: la primera es ponerse a bailar -después de una dura jornada laboral- delante de unos extraños, que aplastados contra los butacones del lounge les observan como si tratase de un especial del Nacional Geographic. La segunda es aparentar disfrutar sinceramente con ello, teniendo en cuenta que la Fiesta Nubia tiene lugar dos veces por semana. Quizá pensasteis que exageraba cuando titulé a uno de los capítulos de este relato como “Tierra de valientes”. Me quedé corto. Son verdaderos héroes.

Allí estaba yo, junto a mis compañeros del grupo, esperando el inicio del espectáculo. El guía me había advertido que el espectáculo en sí, duraba unos 30 o 40 minutos, pero que dependía de la participación de la gente. Imploré para que estuviese más cerca de los 30 minutos que de los 40. Albergaba la secreta esperanza de otra oportunidad para subir a la cubierta superior y tumbarme bajo el mar de estrellas que había dejado pasar la noche anterior... Se apagaron las luces.

Por la puerta que daba a proa, entraron al lounge siete nubios en fila india. Daban palmas y cantaban a grito pelado, haciendo el playback de la música que sonaba por la megafonía. Caminaban despacio, tanto -que no sabiendo que hacer, el público decidió acompañarlos- imitándolos desde sus sofás. Más que nada por matar el tiempo, porque al principio, todo aquello parecía esas coreografías que alguna vez hemos visto hacer a nuestros pequeños en las funciones de Navidad. Tardaron un buen rato en posicionarse y distribuirse sobre el espacio cuadrado de la pista de la discoteca. Estos nubios tienen que controlar mejor los tiempos, sólo así triunfarán en Broadway. Contemplándoles, no pude evitar recordar aquella película de Sydney Pollack cuyo título he tomado prestado para esta historia. Salvando las distancias, veía una cierta raíz común: bailar para sobrevivir. Los pasos eran sencillos, algo marciales; solo su ánimo y su alegría los diferenciaba de esas paradas militares chinas que a veces vemos en los documentales.


En general todos le ponían bastante entusiasmo; todos excepto uno. No sólo bailaba con bastante desgana, sino que ni siquiera se sabía muy bien los pasos. Al observar que calzaba zapatos negros de camarero en vez de las sandalias tradicionales que llevaban sus compañeros, pensé que había sido una “incorporación” de última hora. Aunque viéndole, más parecía cumplir una sanción disciplinaria por haberse bebido una Coca-Cola del almacén. En cualquier caso, yo no pude evitar sentir cierta compasión por aquel chico y su cruel destino.

Terminada la exhibición oficial, invitaron al público a unirse a la verbena. La cosa se animó, especialmente cuando las chicas jóvenes se unieron a congas y cadenetas para alegría de nubios. Los chicos del pasaje, muy entusiasmados en un principio, fueron desertando progresivamente y se volvieron a sus butacones. Así que en la pista, quedaron únicamente chicas y nubios. Bailaron alocadamente al ritmo del folklore local durante un rato, para diversión de ellas y regocijo de ellos. Fue divertido observar la proximidad con la que se contorneaban aquellos sudorosos nubios junto a esas sensuales mujeres, muchas de las cuales habían decidido pasar su “luna de miel” en Egipto. Fue más divertido aún, observar a sus recién estrenados maridos intentar disimular un gesto ciertamente incómodo al contemplar los -hasta entonces- simpáticos nubios solazarse junto a sus chicas. Entre ellos estaba un miembro de mi grupo, quien con gestos más o menos explícitos le venía a decir a su mujer que “ya era suficiente” y que le “convenía descansar”; a lo que ella le respondió que no fuese tan aburrido y que se uniese a la fiesta. Al pobre le salía humo negro por las orejas. Mirando su furia contenida, no pude evitar una sonrisa maliciosa, como la de algunos niños de Occidente. La civilizada y tolerante Europa. Creemos que somos diferentes al resto del mundo porque a través de nuestra truculenta y larga historia hemos evolucionado. Me temo que no tanto. En realidad, y aunque no queramos admitirlo, somos mucho más parecidos a “ellos” de lo que nos creemos.

Llegado el momento, los nubios tras despedirse se retiraron. El recepcionista del barco (el impasible personaje que más parecía un tótem que un ser animado), y que estaba haciendo las veces de DJ en la sala, sacó la barita mágica que haría a todo el mundo abalanzarse sobre la pista. Dancing Queen de Abba es al mundo, lo que Paquito Chocolatero a España. Ejerce un poder irresistible sobre el público, no importa su procedencia, y le arrastra hacia la pista. Y de haber alguna resistencia, esta será aniquilada con Village People. Existen dos lenguajes universales capaces de unir a las gentes que pueblan la faz de la tierra. Uno es el fútbol, evidentemente. El otro la música “disco” de los setenta. Y aquel hierático recepcionista del Prince Abbas lo sabía bien.

Así que una importante parte del pasaje buscó su minúsculo territorio sobre aquella pista. Fue entonces cuando –recordando las palabras que había mantenido con aquella señora mayor, horas atrás- supe distinguir quién era el “componente reservado” de aquella “osada pareja” sobre la que estuvimos hablando. Ni siquiera Village People había sido capaz de levantarle de su asiento. Es sorprendente lo que se puede averiguar de una persona a través de una sola canción.

En un momento de euforia desmedida, un miembro de mi grupo, en un "arranque patrio" de esos que a veces nos dan, le pidió a nuestro guía que le dijese al DJ que pusiesen música española. El guía –a quién no le parecía resultar nada novedosa tal petición- así lo hizo. Así que el DJ puso una tanda de músicos españoles. Entendiéndose por español a Juanes, Maná, Shakira y Don Omar. Con el cambio de tercio, el resto del público fue retirándose de pista y sala. Al final quedó sobre la arena gente de mi grupo, y algún componente del otro grupo de españoles que había en el barco. No fueron ni 30 ni cuarenta minutos, sino muchos más. Cuando salimos del bar a los pasillos de cubierta, ya hacía bastante frío. La luna estaba muy alta, ahogando cualquier posibilidad de “cielo estrellado de Nubia”. Nada parecía anunciar el prodigio cósmico que horas después tendría lugar.

Así que todos decidimos irnos a nuestros respectivos camarotes a dormir. Había sido un día muy largo, en el que habían pasado muchas cosas.
Todos menos los camareros nubios, que a buen seguro, estarían fregando nuestros platos.



Continuará…
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  #42  
Antiguo 12-07-2008, 21:38:51
Avatar de rossana
rossana rossana is offline
Amarrado por falta de viento...
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Predeterminado

me has hecho reir con lo del camarero que bailaba jajaja la verdad que si parece camarero y no del grupo de bailarines.. posiblemente a alguno del grupo le agarro el mal de Don Tuk.. y le entro este chico
Esta persona le da gracias muy sinceramente a rossana por esta buena aportación o artículo:
  #43  
Antiguo 13-07-2008, 15:23:47
Avatar de Yamila.E
Yamila.E Yamila.E is offline Femenino
Zarpando rumbo este hacia oriente...
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Predeterminado

qué divertido!!!

espero que sigas tu relato... me gusta cómo contas las cosas y las fotos que has sacado!

besos.
__________________
"Mi rostro se quita el velo, mi corazón está en su justo lugar.."
Estas 2 personas dan gracias muy sinceramente a Yamila.E por esta buena aportación o artículo:
  #44  
Antiguo 16-07-2008, 16:50:20
akenaton82 akenaton82 is offline
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Predeterminado La Luna asesina

Eclipse total de luna el 21 de febrero
Esta semana podremos disfrutar, si las nubes no lo impiden, por segundo año consecutivo de un eclipse de Luna que será visible desde el oeste de Asia, África, el oeste de Europa, la mayor parte de Norteamérica, y América del Sur.
Ocurrirá en la noche del miércoles 20 al jueves 21, y en España, donde no se verá otro eclipse total de Luna hasta 2015, comenzará a la una de la noche, con la fase de eclipse total entre las 4:01 y las 4:51 del jueves (UTC + 1).
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Conocí esta información por casualidad, poco antes de partir a Egipto. Busqué en Internet las horas a las que tendría lugar en el país africano tan “cósmico suceso”; luego, apunté la información en la agenda de mi móvil y le asigné una alarma.

Desde siempre me ha gustado la Luna. No os equivoquéis, en absoluto creo en su supuesto “poderoso influjo” sobre las personas; ni me considero excesivamente lunático (ni mucho menos licántropo). Pero siempre he pensado que la imagen de una Luna, suspendida sobre ciertos paisajes, tiene una fuerza difícil de describir.
“Luna llena” había la primera vez que pasé –junto con un amigo- una noche en lo alto de un risco, donde -no habíamos acampado- sino que simplemente nos habíamos quedado allí, esperando a que la “noche pasara”.
“Luna llena” fue la que despuntó al final de un atardecer rosado recortándose contra las nieves de Mayo de Sierra Nevada. Una de las lunas más bellas que recuerdo, y que disfruté desde la carretera que une Córdoba y Granada, cuando regresaba a esta última. “Luna llena” que volví a gozar una vez más cuando, apenas tres meses más tarde, no pude evitar el deseo de repetir visita a la capital del Reino Nazarí. Fue en aquella segunda ocasión cuando -por fin- la pude contemplar apareciendo sobre el Generalife, aquella noche en que subí al mirador de San Nicolás para admirar la majestuosa Alhambra. Al día siguiente no pude reprimir mi ansia por contemplar esa misma luna iluminando aquella maravilla, así que regresé para realizar la “visita nocturna” a los Palacios Nazaríes. La luz de aquella Luna Mora iluminando los arrayanes del Patio de la Acequia, hizo de aquella noche algo muy especial.

La Luna también estuvo presente –como no- en Egipto. La segunda noche que pasé en el Cairo, mientras esperaba a que comenzara el espectáculo de Luz y Sonido, allí estaba: bañando con su luz tenue las Pirámides de Giza. Luego, las proyecciones y rayos láser del show, arrinconaron cruelmente su presencia en el firmamento.

Días más tarde, durante nuestro periplo por el lago Nasser, esa misma Luna, más grande y envalentonada que entonces, se habría de cobrar venganza, impidiendo con su brillo, que pudiésemos ver las estrellas sobre el desierto en el Mar de Nubia. No sería la última vez que maldijese su presencia; cuando vimos el espectáculo nocturno de Abu Simbel, nos volvió ha dejar muy claro, que era la auténtica dueña y señora de las noches del desierto. Es por ello que, por primera vez, no la consideré el habitual “astro cómplice” orbitando alrededor de los momentos más mágicos. En el país del sol, la existencia de aquella luna demasiado redonda, demasiado plana y demasiado insípida, no sólo se me hacía innecesaria, sino que en absoluto resultaba bienvenida. Se había convertido en una auténtica aguafiestas.

Aquella misma noche la habíamos vuelto a ver reflejada sobre las negras aguas del lago, justo cuando nuestro barco buscaba su último punto de amarre. Era la noche de la víspera de nuestra llegada a Abu Simbel. Recuerdo aquella maniobra que tuvo lugar antes de la cena de la “noche nubia”. El Prince Abbas redujo máquinas al mínimo. El barco se desplazaba sigilosamente sobre las aguas, como un buque fantasma. Tan silenciosamente como los que, apostados sobre la barandilla de proa, contemplábamos la operación. Nadie decía nada, temerosos -como estábamos- de romper el sortilegio que a buen seguro se estaba llevando a cabo. Al rato, descubrimos frente a nosotros, la silueta de un minúsculo islote. El barco encendió su potente proyector de proa. Sobre el reducido espacio del islote negro se hizo visible una pequeña cabaña de madera gris. En la orilla, a un par de metros de la decrépita construcción, se hallaban varadas tres carcomidas barcas. Apenas eran visibles, puesto que estaban escondidas bajo una maraña de redes de pescadores. De la cabaña surgieron dos figuras fantasmagóricas. No hicieron nada, no dijeron nada. Ni siquiera parecían ser conscientes de que estaban allí, en medio de la nada. El barco se acercó aún más, hasta que pudimos ver como tras la caseta, una hoguera consumía sus últimos instantes. Una figura inmóvil permanecía junto a ella. El barco no detuvo su lentísima pero inexorable marcha. Nos empezamos a poner nerviosos. Creímos que íbamos a embestir aquel islote y a sus misteriosos “habitantes”. Éstos, permanecían inmóviles. Dos de ellos vestían “galabiyas”, y cubrían su cabeza con una especie de “caperuza” la cual impedía que les viésemos la cara. Parecían monjes espectrales en las ruinas de una abadía medieval. El que se hallaba junto al fuego vestía un uniforme de marinero, que quizá -algún día o bajo otra claridad- fuese azul. Sin embargo, bajo la luz mortecina de la luna tenía un color tan indescriptible como el del resto de la escena.
Cuando ya teníamos frente a proa las rocas que anticipaban el islote, sentimos una fuerte vibración. Nos asustamos. Hemos encallado, pensé. El capitán, únicamente había revertido máquinas para refrenar el barco “en seco”; esto era lo que había ocasionado semejante trepidación. Me avergoncé un poco de mi desconfianza hacia aquel marino. Tal y como volvería a demostrar a la mañana del día siguiente, sabía lo que hacía mejor que nadie; independientemente de los prejuicios hacia él referidos por nuestro guía días atrás.
El hombre que estaba junto a la ya extinta hoguera saltó por las rocas hasta acercarse al punto más cercano a proa. De ella surgió inesperadamente un cabo, que por supuesto, no alcanzó el punto requerido. Así que aquel hombre, no dudo en sumergir sus pies en aquellas aguas heladoras, hasta lograr alcanzarlo. Al tiempo, los hombres que permanecían a las puertas de la cabaña, salieron para ayudarle. Amarraron nuestra motonave a un –aparentemente- precario e improvisado noray que se hallaba clavado sobre una roca. Luego, les fueron lanzados algunos cabos más, los cuales fueron asegurados en otros puntos de aquella minúscula isla. Una lancha de nuestro barco se aproximó a ellos recogiendo únicamente al marinero. Ya me había impresionado descubrir a aquellos hombres en aquel islote, pero me quedé perplejo cuando comprobé que los dos tipos de la galabiya no subieron a la lancha, sino que fueron abandonados allí: en aquel inhospito y frío lugar. Ambas figuras volvieron a desaparecer en el interior de la cabaña. Se apagó el foco del barco, dejando el islote y sus misteriosos habitantes sumidos en la más inquietante oscuridad. Nos llamaron para cenar.

Tras la cena nubia: la fiesta nubia. De eso ya se ha hablado en el post anterior. Luego nos fuimos a nuestros camarotes. Se había hecho muy tarde. Yo me quedé unos instantes contemplando la luz de la luna sobre el Nasser. No había apenas estrellas, la luna con su desangelada luz lo impedía. Recordé un detalle. En euskera, luna se dice “hilargia”, que significa algo así como “luz de los muertos”. Desde luego contemplando aquel panorama, ese significado se hacía más apropiado que nunca. Cavilé sobre mi fascinación por aquel astro. Al ver su imagen reflejada sobre el lago –casi plano como un espejo- recordé múltiples imágenes e historias que habían tenido como testigo a la luz de la Luna. Sensaciones a las que tan acertadamente se aludía en una canción de Echo and The Bunnymen, una banda semi-maldita que yo seguí –a una cierta distancia- hace muchos años. Me gustaban algunas de sus -casi siempre “imperfectas”- canciones, llenas, a partes iguales, de misterio y pretenciosidad. Recuerdo su vídeo clip sobre una de las pocas canciones que obtuvo un relativo éxito: “The Killing Moon”. Vídeo de bajísimo presupuesto, repetitivo y cutre; lleno de tópicos visuales de catálogo. Chirría más aún, al revisarlo ahora, tanto tiempo después y cuando ya llevamos “tanta carrera”. Sin embargo a mí me gustaba entonces y me gusta ahora. Me gustaba por su capacidad para evocar –aunque fuese deficientemente- ideas y conceptos que por aquel entonces, me resultaban muy atractivos. Y me gusta ahora por su ingenuidad, esa que sólo se tiene en la juventud; cuando uno piensa que está destinado a inventarlo todo y a descubrirlo todo. Aquella canción hablaba de otros barcos en otros desiertos, barcos fantasmas en desiertos helados del Norte. Figuras fantasmales de rostro oculto. Y sobre todo, mucha soledad y desamparo. La Luna sobre el agua engañosamente tranquila, en cambio era la misma que en el nasser; y a la vez muy distinta.

Aquel largo día bajo el Cielo de Nubia me había obligado a revisar el pasado unas cuantas veces. Mi última noche en aquel desierto no iba a ser diferente. Y si alguna vez ha existido la máquina del tiempo, deberíamos buscarla allí. Si hay suerte excavando en la arena; sino la hay, removiendo el limo del fondo del lago.

Me quedé casi solo. He dicho “casi” porque en aquel barco siempre había media docena de lunáticos solitarios –británicos, por supuesto-, que se quedaban apostados en las barandillas. Nos mirábamos de reojo, como desconfiando de nuestras respectivas e incomprensibles presencias. Siempre en absoluto silencio. Finalmente decidí volver al camarote. Se había hecho muy tarde y quería madrugar. Hacía frío, aunque no me importaba. Me hubiese apetecido permanecer allí, (hay oportunidades que jamás debieran desaprovecharse) pero no lo consideré razonable. Al bajar por las escaleras que unían las múltiples cubiertas, divisé en la inferior (junto a la sala de máquinas), las siluetas de dos hombres muy semejantes a los que habíamos abandonamos en el islote. Uno permanecía inmóvil como un maniquí, apoyado sobre la barandilla de popa, aparentando escudriñar la negrura del horizonte que se extendía al Este. No parecía ni vivo ni muerto. No parecía ni siquiera estar allí. El otro, más cercano a una abertura por la que se podía descender a la sala de máquinas, andaba y desandaba el exiguo espacio de aquel lado del barco sin hacer ruido. No parecía caminar, sino deslizarse. De repente se dio la vuelta y se detuvo. Aunque no se distinguía bien, parecía mirarme desde allí abajo. No me saludó (tal y como hacía compulsivamente todos los tripulantes y personal del barco), sino que permaneció allí misterioso, hasta que la roja luz de un cigarrillo por un instante se hizo visible sobre su negra cara. Lo apuró y lo arrojó por la borda dibujando una estela como la de una estrella fugaz. Luego se volvió hacia mí y continuó mirándome. No supe que hacer, de haber pronunciado alguna palabra hubiese sonado como un trueno en el silencio de aquella noche. Tampoco me atreví a hacer un gesto de saludo. Algo me decía que no procedía. Esperaba que él hiciese el primer movimiento. Pero no lo hubo. Así que decidí dirigirme a mi camarote, mientras me preguntaba cuando y cómo, habían llegado aquellos tipos al barco. Tardé un rato en dormirme, pues aún le daba vueltas a esta “decisiva” cuestión. Es cierto. Cuando el diablo no tiene nada que hacer, con el rabo mata moscas…

A las cinco de la mañana, sonó la alarma de mi móvil. En la pantalla, apareció la agenda con el siguiente mensaje: “Jue 21 Feb 2008 / 05.00-06:00 / Eclipse lunar”. El camarote estaba oscuro y frío, y yo muerto de sueño. Así que reconsideré mi intención de salir a ver el eclipse. Ya no me parecía tan buena idea. No era la primera vez que había sido testigo de tal espectáculo, y tampoco era para tanto. Lo suyo es que continuase donde estaba, y así lo hice. Sin embargo, para bien o para mal no me pude dormir inmediatamente. Me dio tiempo a recordar que no tendría oportunidad de contemplar tal fenómeno hasta el año 2015. Mucho menos de hacerlo en medio del Mar de Nubia. Presentí que aquel eclipse era una señal, una especie de oportunidad que no debía perder... Se me había metido en la cabeza que de no hacerlo, sería “castigado” de la manera más insospechada. En cambio, si cumplía aquel demencial rito, obtendría “una recompensa” el día menos pensado. Me quedé horrorizado ante tal cúmulo de patrañas; yo que me tengo a mí mismo por un ser “empírico y cartesiano”. Supersticiones, que tantas veces había despreciado, pero que paradójicamente –yo solito- me estaba inventado y -lo que es peor- imponiendo. Pero finalmente y como tantas veces en Egipto, mi “yo racional” fue derrotado estrepitosamente. “Ya que estamos aquí…”, me dije, intentando justificar lo injustificable. Así que hice un enorme esfuerzo y me asomé por la estrecha ventana de cristal ahumado de mi camarote. No se veía nada aparte de la luz anaranjada del techo de los pasillos de las cubiertas. Me había equivocado en mis cálculos, la luna seguramente se hallaba al otro lado. O quizá hubiese errado los tiempos y ya hubiese finalizado el fenómeno. Decidí abrir la puerta para certificar que no era posible verlo desde allí. Estaba ansioso por justificar mi regreso a mi adorada cama y hacer lo que hacen las personas cuerdas a esas horas. Con mucho cuidado, giré la llave sobre la cerradura de la puerta, infructuosamente, porque en aquel silencio me pareció que ya me habrían sabido de mi escandalosa torpeza hasta en Jartum. Abrí sigilosamente una pequeña rendija, lo suficiente como para comprobar que allí no había luna. Y no la había, respiré aliviado, podía volverme a dormir. Tal alivio duró hasta que vi una tenue delgada línea de luz, rojiza como un rastro de sangre, reflejarse sobre la negrura del Nasser. Salí hacia el pasillo, sujetando la puerta con un brazo temeroso de que esta se cerrase tras de mí. Al asomarme por la barandilla, comprobé lo que el techo del pasillo de la cubierta superior había ocultado. Muy alta, aún lucía lúgubremente una Luna sanguinolenta. Sobre uno de los bordes se dibujaba un arco afilado, el eclipse iba a concluir. Se hallaba flanqueada por algunas estrellas y luceros. No muchas, pues como todas aquellas noches, la luna había salido de caza y había engullido a todos salvo los astros más brillantes. Soplaba bastante viento, yo estaba helado de frío, incómodo, medio desnudo y aterrado porque alguien me pudiera descubrir en semejante tesitura. Volví a mi camarote y, haciendo un supremo ejercicio de fuerza de voluntad, decidí hacer la obligada foto. Cogí la cámara; luego pasé un buen rato intentando encontrar un pequeño y viejo trípode que había incluido a última hora en mi equipaje, pero que aún no había usado en aquel viaje. Con las manos ateridas, situé el conjunto sobre el suelo de madera que se extendía ante la puerta de mi camarote. Intenté enfocar: la luz de la luna eclipsada por nuestro planeta era tan débil, que el enfoque automático de mi cámara era incapaz de discernir el astro del vacío que lo rodeaba. Pasé a enfoque asistido, apenas se distinguía una pálida imagen en la pantalla. Aquellas circunstancias sobrepasaban las limitadas capacidades de mi recién adquirida cámara. Dispuse el zoom hasta el límite del teleobjetivo; elevé la sensibilidad al máximo. El fotómetro se negaba a dar lecturas, “fuera de rango” insistía… , lo puse todo “en manual” hice tandas de prueba. No me explicaba porque todas salían desenfocadas y movidas a pesar de utilizar un trípode. Hice varias exposiciones, a cual peor. Se me acaban los recursos. La foto no era posible.

Instantes después, volví a oír esos misteriosos pasos en cubierta que tantas veces había escuchado desde mi cama. No sé que me aterraba más: ver la cara de uno de esos tripulantes espectrales que aparentaban realizar sus rondas nocturnas cuando nuestro buque se hacía más fantasma que nunca, o que se me “apareciese” alguno de aquellos "tipos de la galabiya gris" que misteriosamente había descubierto en el barco unas horas atrás. En cualquier caso no estaba dispuesto a que nadie ni "nada" me viese de aquella humillante guisa: semi-vestido, tumbado sobre el suelo y con la cara apoyada en la fría madera de cubierta, mientras intentaba atisbar algo a través de aquella cámara que tanto se negaba a colaborar. La luz roja de “la luna asesina” propició que mi mente se abandonase a los pensamientos más extraños. Los pasos parecían acercarse por el pasillo que hacía las veces de tejadillo sobre mi cubierta. Escuché nervioso, el sonido hueco de los tacones contra la madera, ese que había escuchado tantas veces desde mi cama. Cuando parecía estar justamente sobre mí, los pasos se detuvieron.
No lo pensé ni un segundo más. Recogí rápidamente todo el tinglado y regresé a mi camarote. Cerré la puerta apresuradamente de un portazo que debió despertar a medio barco. Me costó echar la llave. Estaba congelado y no coordinaba bien. Dejé la cámara en cualquier lugar, y me volví raudo a la cama. Los pasos volvieron a oírse, tanto por allí como por otras zonas del barco. Pero estando bajo las sábanas, aquellos sonidos ya no resultaban inquietantes, sino mucho más familiares. Al fin y al cabo era la tercera noche que los escuchaba.


Cuando volví a casa, más de una semana después, me costó entender porqué los resultados de aquella madrugada habían sido tan pobres. Era cierto que la debilidad de la luz me había forzado a utilizar exposiciones largas, sin embargo la cámara permaneció fija en su trípode en todo momento. Días después, cruzando en “el bote” la ría que separa mi localidad de la que se halla en frente, encontré inesperadamente la respuesta. La cámara permaneció fija en el trípode, sí, pero el barco no. Todos los barcos, incluso los del lago Nasser, se mueven. Y mucho.

He intentado procesar y reprocesar la imagen para al final, conseguir resultados tan pobres como los que se aprecian en la fotografía anterior. Sin embargo, después de tanto lamentarla, finalmente ha terminado por convertirse en una imagen que me gusta. Al fin y al cabo, creo que serán pocos quienes tendrán una fotografía del Eclipse Lunar que tuvo lugar en el Mar de Nubia la madrugada del 21 de Febrero del año 2008. Eclipse del que no podré ser testigo hasta dentro de muchos años.

Considero que yo “cumplí” mi parte. Ahora sólo me resta esperar pacientemente a que algún día llegue “la recompensa”. Sea cual sea, hace mucha falta.








Si queréis ver el vídeo de "The Killing Moon" no tenési más que hacer click AQUÍ.

Continuará… (quién sabe cuando)

Última edición por akenaton82 fecha: 16-07-2008 a las 17:22:18.
Esta persona le da gracias muy sinceramente a akenaton82 por esta buena aportación o artículo:
  #45  
Antiguo 16-07-2008, 21:58:02
Merche Merche is offline
Avistando Gizeh...
-Veces que he dado las gracias: 25
-Me han dado las gracias 44 veces en 23 mensajes
 


Predeterminado

Akenaton, este ultimo post mas que un relato parece un thriller, ja, ja, hasta a mi has hecho pasar miedo, menos mal que al final conseguiste la foto de la luna, muy buena de verdad,hasta pronto espero,un saludo.
Esta persona le da gracias muy sinceramente a Merche por esta buena aportación o artículo:
  #46  
Antiguo 17-07-2008, 16:05:29
Bastetmaria Bastetmaria is offline
Navegando hacia Merimda...
-Veces que he dado las gracias: 545
-Me han dado las gracias 40 veces en 18 mensajes
 
Ubicación: Castelldefels


Predeterminado

Me encanta tu relato, muchas gracias por compartirlo con nosotros.
Saludos,
Esta persona le da gracias muy sinceramente a Bastetmaria por esta buena aportación o artículo:
  #47  
Antiguo 17-07-2008, 20:06:49
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Predeterminado Y la nave va

No tardó en amanecer. Después de aquella azarosa noche habíamos sido convocados muy temprano para la “visita panorámica” a Kasr Ibrim. Para el que no sepa, en el ambiguo -y no pocas veces retorcido- lenguaje de las operadoras turísticas, “visita panorámica” significa una visita que no llega a ser tal; es decir, te quedas a las puertas de un lugar y desde el quicio lo contemplas durante breves instantes. Nuestra “visita panorámica” a Deir El Bahari en Luxor, fue especialmente sangrante. Aunque no puedo culpar a la agencia. Nos tiramos una hora más de lo previsto en el Valle de los Reyes y aunque el guía tenía intención de “sorprendernos” con una “visita auténtica” al templo de la Reina Hatshepsut, nuestra proverbial “cachaza” desbarató tal posibilidad. Una pena, pero totalmente comprensible. Al fin y al cabo, era preciso seguir el programa previsto para aquella mañana, que habría de concluir con la visita (de una hora) a una tienda de alabastro. Cuestión de prioridades.


El barco había abandonado, sin darnos cuenta, el minúsculo islote donde habíamos amarrado la noche anterior. Navegó el breve espacio que había entre aquel lugar y el promontorio de Kasr Ibrim. Mientras, los pasajeros acudían progresivamente a la cubierta donde habíamos sido convocados la noche anterior. Una vez más, soplaba un viento frío que, aunque algo molesto, le conferían a aquella situación un leve aire de inexplicable autenticidad. Era divertido ver como lentamente la cubierta se iba poblando de pasajeros que más se asemejaban a los espectros que divisamos en el islote, que a los alegres danzantes que se descoyuntaban la noche anterior “a ritmo de ABBA”. Aún no habíamos desayunado, y ese hecho para algunos supone un problema a la hora de mantener un cierto nivel de consciencia. Ataviados como si fuésemos a explorar un glaciar, nos quedamos allí hasta que el capitán iniciase la maniobra de “circunvalación a las excavaciones”, en la que admirablemente trazó un arco alrededor de la fortaleza, manteniendo la proa frente a la misma en todo momento.


El islote en el que se hallan las ruinas de Kasr Ibrim era en realidad, un promontorio situado en medio de una pequeña meseta, que se asomaba al valle ahora anegado por el Nilo tras la construcción de la Alta Presa. No sólo alberga los escasos restos de la fortaleza egipcia, sino que a lo largo de los siglos se fueron construyendo diversas edificaciones. Algunas de ellas medievales. Parte de ellas se hallan sumergidas en el lago, lo que hace muy difícil su recuperación.


Al ser un territorio aún bajo estudio y excavación, la entrada (o desembarco, mejor dicho) al recinto se halla totalmente prohibida. Y así estará por mucho tiempo, me temo. Más que excavado, el lugar parece horadado por topos gigantes. Los pocos restos que permanecen en pie, se hallan en tal estado que parecía haber sufrido la lluvia de docenas de morteros. Mucho había sido el sufrimiento que parecía haber padecido aquel pequeño pedazo de tierra.


Alguien de mi grupo dijo que aquella visita le había parecido un poco "como de relleno". No sé si en caso de haberla realizado tras el desayuno, hubiese opinado lo mismo. Sinceramente, lo dudo. Yo no estaba de acuerdo con tal afirmación; pero no discutí. A pesar de su lamentable estado, el lugar transmitía un encanto especial. En aquella preciosa mañana en la que unos afilados rayos amarillos desgarraban aquellas viejas piedras, no pude evitar darme cuenta de aquella sería la “última ruina” que visitaríamos en el Mar de Nubia. El final del viaje se hallaba muy próximo; demasiado. Miré el cielo de aquel amanecer, con la tristeza de quien se despide de algo que le ha marcado muy hondo. Finalmente bajamos a desayunar. El último desayuno en travesía. El buque ya había iniciado su singladura hasta nuestro último destino. Mientras los miembros del grupo se quejaban sobre el frío de aquella mañana, yo permanecí contemplando -por última vez- como las olas rompían contra el ventanal del restaurante que teníamos frente a nuestra mesa. No sé cuanto tiempo me quede así; unos instantes, supongo. Pero fueron suficientes para que un compañero, dándome unas palmaditas en la cara me espetase:

-Despierta, que ya ha amanecido!!

Cómo pudo atreverse; si estaba mucho más despierto (y atento) que él. Estuve a un pelo, de referirle mis aventuras bajo la “Luna Roja” que habían tenido lugar un par de horas antes. Me lo pensé mejor. Total, para qué; iba a ser un desperdicio y posiblemente motivo de burla. Así que me dirigí presto al puesto donde estaba “chef de tortillas”. Seguro que con él me podría entender mucho mejor...


Tras el desayuno, continuamos la travesía hacia Abu Simbel. Yo volví a cubierta, como no. Comprobé -una vez más- la sabiduría del dicho que afirma que el cielo no es el mismo en todos los sitios. Yo ya lo había comprobado al descubrir (aunque más bien tarde) el increíble cielo del mar Mediterráneo. Esa luminosidad imposible de explicar. No tiene nada que ver con los insípidos y opresivos “cielos blancos” que cubren mi ciudad cuando gozamos (se supone) de buen tiempo. Soy de los que piensa que en el Norte, si podemos presumir de algo es, de bellísimos y dramáticos cielos grises que preceden a las tormentas sobre el litoral. Es nuestra especialidad. Especialmente los de las galernas. Lástima que, como consecuencia del cambio climático, esos súbitos y poderosos nubarrones se están extinguiendo como si constituyesen otra especie amenazada más. Han sido reemplazados por nubes grises, informes y anodinas; esas que lo cubren todo y no permiten ni ver, ni sentir, nada. Con el “cambio” -en muchos sentidos- hemos ido a peor. Las galernas son cada vez más infrecuentes, y esto no es buena señal. Raro es el día en el que una se desata. Y cuando lo hace, casi siempre me encuentra encadenado a mi puesto de trabajo, ajeno a la luz del cielo e incapaz de divisar ni un ápice de nuestro cercano e ignorado mar…
El cielo de Nubia también es diferente. Carece de la densidad de los cielos que cubren el Valle de Tebas. Por eso los atardeceres de Nubia quizá no son tan “de postal” como aquellos; aunque a mí me parecen más puros y auténticos. En cambio los amaneceres son incomparables. El cielo es limpio y honesto, las montañas adquieren un tono amable como no vuelven a mostrar el resto de la jornada. El Mar de Nubia aporta algunas brumas, pero no son comunes. Hay que estar allí para entenderlo. Y si es en invierno, mucho mejor.

Proseguimos nuestra singladura por el lago, que en aquella zona es relativamente angosto. En un momento dado nos cruzamos con la motonave MS Kasr Ibrim. Fue precioso verla navegar hacia el Norte por aquel mar de plata. Parecía una vieja dama, elegante y llena de sabiduría. Al verla, comprendí porque en la lengua inglesa a los barcos se les trata “en femenino”; no podía ser de otra manera. Sentí una enorme envidia al admirarla. En realidad, nuestro plan inicial era contratar el viaje en la categoría que incluía tanto la Kasr Ibrim como su hermana gemela la Eugene. Pero como no había plazas disponibles, tuvimos que rebajar una categoría en todos los alojamientos. Me dio rabia; no por el tema de los “lujos”, que a mí sinceramente me importan muy poco. La cuestión era que los horarios y la planificación del viaje en la categoría superior, estaban más cuidados en detalles a los que yo confiero gran importancia. Para que lo entendáis: no es lo mismo visitar un lugar bajo la luz de un amanecer o un atardecer, (e incluso a la "hora bruja"), que hacerlo bajo el cegador y anodino cielo del mediodía. No es lo mismo pasar casi un día entero encerrado en un barco sin posibilidad de hacer nada, que embarcar en el momento de iniciar la singladura...
Además, al no disponer de alojamiento en el Cairo en la categoría a la que nos relegaron, nos vimos obligados a pagar un suplemento extra por un hotel de categoría superior. Como consecuencia de aquel cúmulo de despropósitos, el diferencial del coste final de nuestro viaje respecto al de la categoría superior era de sólo treinta euros. Lo que implicaba pagar más por obtener menos. Pero las opciones eran esas: aceptarlo o cancelar el viaje. Contratar el viaje había significado solventar múltiples obstáculos, así que decidí tragarme la dignidad y aceptar el mal menor. No me arrepiento, pero aún me da rabia. Treinta malditos euros. Esa fue la miserable distancia que me había separado de esa motonave que surcaba el Nasser ante mis ojos. La misma que se perdía por el nordeste, tras iniciar un periplo que lamentablemente yo, estaba apunto de finalizar.


Como habréis observado, no tengo imaginación suficiente como para idear un título digno para cada una de las partes de este relato. Así que decidí “tomar prestados” títulos ya existentes de películas, canciones u obras literarias. Las historias originales de las que proceden, no tienen nada que ver con lo que yo cuento, tan sólo me vienen a la cabeza por una u otra razón. Me ha costado dar con el que he utilizado para esta entrega. Me hubiese gustado poder llamarlo “Capitanes Intrépidos” aquella vieja película protagonizada por Spencer Tracy. Pero me temo, que tal título sólo podría justificarse si finalmente hubiese decidido hacer realidad mi demencial idea de secuestrar el barco y obligarle a dirigirse al Sur, hasta llegar a la frontera con el tumultuoso Sudán. Seguro que hubiese encontrado cómplices entre algunos de aquellos viajeros. Quizá no hubiese encontrado tanta resistencia, probablemente incluso alguno de ellos ya había conocido el puerto de Wadi Haifa, y había tomado el tren desde allí. Evidentemente, eso hubiese contribuido a acrecentar el interés de este relato cuyo hipotético "siguiente capítulo" forzosamente tendría que ser titulado como “La Reina de África”. No secuestré el barco, no tuve valor. Lástima; una gran oportunidad perdida. Es lo que separa los que sueñan aventuras de los que las viven. Pero había que ser realistas, así que siendo consecuente con ello, y recordando mis recientes tribulaciones bajo la “luna asesina”, pensé que un título más acorde con mi circunstancia bien podría ser el de “Cateto a babor”.

Finalmente recordé aquella película de Fellini del 73, en la que unos aristócratas de principios de siglo pasado, emprendieron un último viaje para dispersar las cenizas de una “diva de la ópera”, frente a la costa de su isla natal en medio del mar. Evidentemente, si habéis visto el filme, cualquier comparación no resiste el más mínimo embate. Pero por un momento decidí olvidarme del cercano fin de nuestro viaje, y congelar aquel instante en el tiempo. En aquel momento, independientemente de lo que ocurriese después, continuábamos navegando por el Mar de Nubia…
Y la nave va.


Maldita sea. Tendría que haber secuestrado aquel barco...





Avistando a lo lejos, Abu Simbel…

Última edición por akenaton82 fecha: 18-07-2008 a las 16:51:43.
  #48  
Antiguo 18-07-2008, 12:30:03
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Bueno, hubiera sido una buena opción el secuestro de ese precioso barco (la foto, con las brillantes aguas reflejando la luz del astro rey, increible).

Y ahora, Abu Simbel... lo mejor. Indescriptible (aunque seguro que nos lo narras genial)
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Antiguo 18-07-2008, 15:32:23
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akenaton82 gracias x tu relato!
y una pregunta en q fecha has stado en egipto?xq veo q la gente lleva chaketa........
y yo hace pokito q he vuelto...y vamos la chaketa......
y si,razon tienes.......yo he estado en la motonave KASR IBRIM.......es un pasada!
  #50  
Antiguo 18-07-2008, 16:26:45
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Cool

Estuve los últimos quince días de Febrero.

Según este mismo foro, (foreros residentes en El Cairo), el arranque de año había sido inusualmente frío.

El día que llegué al Cairo (15 Feb), el representante me comentó que había estado lloviendo ese mismo día y los dos días anteriores, y que llevaban unas semanas muy locas. Lucía un sol radiante, pero una chaquetilla fina de lana, no molestaba (excepto dentro de las pirámides). Cuando volé a Asuán tres días más tarde, el guía nos dijo que El Cairo había sido azotado por una tormenta que había ocasionado inundaciones en algunos puntos de la ciudad (!). Esa tormenta en el Sur, nos trajo días soleados, pero con vientos fuertes del Norte. Navegando hacia Wadi El Sebua, el viento era un poco molesto si permanecías en la umbría. Al sol se estaba de maravilla. De todas formas ves a la gente abrigada porque esa foto estaba tomada a las 6.30 de la mañana (y a esas horas el sol aún no había cogido marcha).

El resto del viaje las temperaturas fueron una maravilla (min. de 15º y máx. de 25º). En contrapartida, al ser temporada alta en Egipto, todo estaba llenísimo de gente (muy agobiante). Con decirte que estuve haciendo cola (a las 2 de la tarde) para entrar a la Piramide Roja de Dashur (esa que se supone que se visita casi solo)...

Si tuviese la oportunidad de volver, intentaría hacerlo en Enero, no es tan caro, probablemente no haya tanta gente como hubo entonces, y yo soy de los que prefiere diez grados menos que diez grados más.
Un saludo.
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