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Antiguo 08-11-2007, 00:42:44
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Predeterminado Vidas Ejemplares

Pretendo comenzar con este una serie relatos sobre personas que utilizaron como motor de su existencia viajar e hizieron de los viajes su vida.

Yo de pequeño nunca quise ser medico, ni aviador, ni mecanico. Yo siempre soñe con ser Laurence de Arabia. La vida pronto te corta las alas y te obliga a trabajar para vivir. Con ello hipoteca tu tiempo, aunque te permite tener el estomago lleno y una vez al año durante unos dias, puedes gracias a la paga extraordinaria de julio, dar rienda suelta a tus sueños. Nunca compre una casa y jamas la comprare, por que pienso que eso seria obligarme a hechar raices y yo quiero volar, sin ataduras. Sueño con una prejubilación ventajosa que me permita viajar todo el tiempo posible y de cuando en cuando meto unos euros en un plan de pensiones que aseguren un fondo para un largo viaje de meses que pienso realizar una vez terminen mis obligaciones laborales. El norte de Africa y Asia seran mis destinos. Mientras sigo soñando.

Es mi escritora predilecta y por lo tanto sera mi primer personaje de VIDAS EJEMPLARES : Annemarie Schwarzenbach

La belleza andrógina del rostro de Annemarie, su inteligencia, enriquecida por una vasta cultura, seducían por igual a hombres y mujeres. El dinero de su poderosa familia le facilitó el conocimiento de los territorios más remotos. En esas comarcas, intentaba hallar el pasaje a "otro mundo", huía de la civilización occidental, de lo que se dio en llamar "la enfermedad de Europa". Impulsada por su sed de absoluto, Schwarzenbach convirtió su "huida" a otros continentes en una experiencia casí mística, que terminó por destruirla.
Alfred Schwarzenbach, el padre de Annemarie, pertenecía a una familia patricia de Suiza que había forjado una inmensa fortuna en la industria de la seda. Su esposa, Renée Wille, era una aristócrata alemana emparentada con el canciller Von Bismarck. El matrimonio tuvo tres varones y dos hijas. Annemarie fue la tercera en nacer, el 23 de mayo de 1908. Para albergar a esa numerosa familia, Alfred y Renée compraron una vasta propiedad, Bocken, cerca de la aldea de Horgen. Renée tenía tres pasiones: los caballos, la música y la mezzo soprano alemana Emma Krüger.
Renée le inculcó a Annemarie su amor por la música y la hija se convirtió en una gran pianista, pero su interés más profundo era la escritura. La madre no veía con buenos ojos que la chica escribiera porque sentía que así escapaba de su control. No es extraño que el título de uno de los primeros relatos de Annemarie fuera "Cuento de la princesa prisionera". Como su salud era frágil, cursó la escuela primaria en su hogar y sólo ingresó en un instituto de enseñanza pública en el secundario. Por fin, la muchacha podía salir de su casa. Entonces aprovechó para hacerse escapadas al teatro. Esas travesuras tuvieron un resultado imprevisto: se enamoró de una actriz. Cuando Renée se enteró, la envió a un pensionado en el que se educaban jóvenes de buena familia.
En 1923, Annemarie ingresó en la Universidad. Los muchachos se sentían impresionados por esa joven alta, aristocrática, inteligente y de rostro angelical. Ella miraba con cierta condescendencia a sus compañeros porque sólo se ocupaban de frivolidades. Annemarie, en cambio, aspiraba a ir al fondo de las cosas y encontrarle un sentido a la existencia. Ese sentido sería una señal de Dios, que le permitiría salvarse. Por supuesto, seguía escribiendo. Hizo un viaje a París hacia fines de 1928 y frecuentó el ambiente de la bohemia, pero también trabajó. Volvió de esa estadía con tres textos: Nouvelle Parisiense I, II y París III.
En 1930 se produjo un encuentro decisivo en la vida de la muchacha. Conoció a Erika y Klaus Mann, los hijos de Thomas Mann, el autor de La montaña mágica. Los hermanos eran los niños terribles del mundo intelectual alemán. Tenían ideas revolucionarias y se burlaban de las convenciones. Les interesaba el teatro y ponían en escena obras provocadoras.
Annemarie se enamoró de Erika, pero ésta sólo sentía amistad por ella y siempre se comportó respecto de la "princesa Miro" --así la habían apodado los Mann-- como una hermana mayor. Por otra parte, Erika mantenía una relación con la actriz Therese Giehse.
Después de que Annemarie terminó su doctorado en historia, en 1931, se publicó su primera novela, Los amigos de Bernhardt, donde retrata la atmósfera de desesperanza y disipación en la que vivía su generación. Bernhardt, el protagonista, es un joven de buena familia que quiere ser pianista y entra en contacto con un ambiente alejado de los ideales burgueses. Entre sus nuevos amigos, la angustia y la falta de valores se resuelve en una ronda amorosa en la que todas las combinaciones son posibles por la indeterminación sexual de quienes participan en ella. El carácter autobiográfico del relato era evidente.
Thomas Mann, intrigado por la "princesa Miro", de la que tanto hablaban sus hijos, la invitó a almorzar. Cuando la vio, le dijo: "Si usted fuera un muchacho, por cierto se diría que es de una belleza extraordinaria".
Para escapar de su familia, Annemarie logró que el profesor Carl Burckhardt le propusiera ayudarlo a preparar un libro biográfico, lo que la obligó a trasladarse a Berlín. A comienzos de los años 30, la capital de Alemania tenía la vida nocturna quizá más intensa de Europa. Ese ambiente tuvo un efecto perturbador en la joven. Al principio frecuentó diariamente los clubes y bares de lesbianas donde su belleza andrógina tuvo un éxito imaginable. Por primera vez, sintió que había perdido el control de su vida. Sin ninguna obligación, librada a sí misma, se enajenaba bebiendo o haciendo el amor de un modo promiscuo. Pasada la primera euforia, tuvo una "crisis de nervios" y estuvo a punto de suicidarse.
Annemarie encontraba en la escritura la única manera de combatir la angustia y la sensación de traicionar a su familia que la acosaba cuando quería ejercer su libertad. Al escribir, el dolor no cesaba, pero encontraba un cauce y le impedía entregarse a actos de los cuales después se arrepentía. Ese sería el molde de conducta de toda su vida. Tenía que poner por escrito sus experiencias, porque era la única manera de escapar del vacío, pero esa tarea en la que debía hurgar en sus sentimientos más profundos para compartirlos con los otros la desgarraba y, al cabo de un tiempo, aumentaba su angustia, lo que la llevaba, en un círculo sin fin, a escribir incesantemente, como alucinada.
En Berlín, Annemarie terminó Nouvelle lírica, donde cuenta el amor desdichado de un joven con una cantante de cabaret. El libro apareció en abril de 1933, en el momento en que el ascenso de Hitler al poder era inevitable. La obra pasó casi inadvertida. Nadie estaba interesado en un tema tan alejado de la realidad política. Con todo, Anne no se sintió desanimada. Tenía el aprecio de intelectuales como Roger Martin du Gard, el autor de la saga de los Thibault, que habría de ganar el Premio Nobel. Este le escribió en la dedicatoria de un ejemplar de Confidencia africana: "Para A. S., agradeciéndole que pasee por esta tierra su hermoso rostro de ángel inconsolable".
Después de un viaje a Escandinavia para hacer reportajes destinados a la agencia Akademia, la joven suiza conoció a Mopsa Sternheim, una mujer que conseguía drogas como si se tratara de azúcar. En noviembre de 1932, Annemarie comenzó a consumir morfina y pronto se convirtió en adicta. Buscaba en los "paraísos artificiales" una manera de paliar la angustia que la devoraba. Por supuesto, sólo lograba agravar el desamparo que la torturaba.
En esos meses, Erika y Klaus, acérrimos militantes antinazis, debieron huir de Alemania porque estaban a punto de ser detenidos. Erika se refugió en Suiza y Klaus se fue a París. El no volvería a pisar su patria sino doce años después.
Por entonces, Annemarie comenzó su novela Huida hacia arriba. El protagonista Francis von Ruthern se siente inepto para enfrentar el caos, las traiciones y las mezquindades de la historia, por eso decide irse a vivir a las montañas, el mundo que ama, donde piensa ser útil a los demás y satisfacer su deseo de serenidad. Como una señal del destino, cuando regresa a las cimas, salva a un niño de morir en la nieve.
Al igual que el protagonista de su novela, Annemarie no se sentía con fuerzas para luchar contra el mundo "de abajo", es decir contra el nazismo y, sin embargo, tampoco podía desentenderse de lo que pasaba. Tironeada por esos dos sentimientos, le propuso a Klaus que dirigiera una revista de oposición a Hitler. Así nació Die Sammlung, que duraría dos años y se editaría en Amsterdam. Annemarie fue quien proveyó secretamente los fondos para esa empresa. Entre los colaboradores del mensuario estaban André Gide, Aldous Huxley, Heinrich Mann, Bertolt Brecht, Joseph Roth, Ernest Hemingway, Albert Einstein y Jean Cocteau.
A mediados de 1933, Annemarie empezó a preparar un viaje a Persia que había postergado. El 12 de octubre subió al Orient-Express. Regresaría siete meses más tarde, después de haber cumplido un itinerario que la llevó hasta Persia. La extrañeza de los paisajes, de las costumbres, la sumieron en la melancolía y en una sensación de irrealidad. Los desiertos a la luz de la luna se le antojaban imágenes de pesadilla. Durante ese recorrido bebió, se drogó, se enfermó, dudó de sus conocimientos de arqueología y extrañó Europa. Para olvidarse de sí misma, por las noches se internaba en los barrios más tenebrosos de las ciudades, frecuentaba prostitutas y se despertaba atontada por el haschich. Como resultado de ese viaje, escribió Invierno en Medio Oriente, su libro más objetivo, donde evitó volcar su intimidad.
Cuando volvió a Europa, se enteró de que el Tercer Reich le negaba la condición de residente. Convertida en una abierta opositora a los nazis, Annemarie acompañó a Klaus Mann al Primer Congreso de Escritores Soviéticos, en Moscú. Al principio se entusiasmó con lo que vio, pero pronto le chocaron la sumisión al Partido y el militarismo. Además, no estaba de acuerdo con el realismo socialista que cercenaba el costado "metafísico" de la literatura.
En septiembre de 1934, Annemarie volvió a Persia. Fue a trabajar en una cantera arqueológica. Llevaba una vida ordenada, que la alegraba, pero por la noche la soledad de su cuarto y los ruidos desconocidos la aterrorizaban. Afortunadamente en la legación francesa de Teherán conoció al diplomático Claude Clarac, segundo secretario de la embajada. Se hicieron amigos inseparables. Él, en realidad, se había enamorado de ella, a pesar de que se sentía más bien atraído por los hombres. La relación entre ambos progresó de tal modo que Clarac le propuso matrimonio a Annemarie y ella aceptó antes de volver a Europa. Contraerían matrimonio unos meses después.
El casamiento, pensaba la escritora, la liberaría del control de los Schwarzenbach. Para tomar distancia de ellos, alquiló la Jägerhaus, en Sils, donde comenzó a preparar su regreso a Persia.
El 13 de abril de 1935, Annemarie llegó a Beirut donde la esperaba Clarac. De allí partieron a Teherán para casarse. Cuando llegó el verano, la pareja dejó la ciudad para escapar del calor y se trasladó a las montañas. Vivían en un pabellón del príncipe Fiouz-Mirza, en un lugar paradisíaco. Durante esos meses en Persia, Annemarie escribió un libro de relatos, "La jaula de los halcones", que nadie quiso editar. Más tarde, la autora incluiría algunos de ellos en "Exilios en Oriente". Los protagonistas son europeos que han quedado varados entre paisajes y costumbres que lentamente han carcomido sus voluntades o los han convertido en seres a menudo excéntricos, expuestos al desvarío.
La rutina de una esposa de diplomático estaba hecha para irritar a Annemarie. La escritura le servía de consuelo, así como la droga, hasta que en una reunión conoció a una joven persa, Yalé. Las dos se enamoraron. Yalé estaba enferma de tuberculosis y sabía que no viviría mucho. El padre de la muchacha, enfurecido por la pasión de su hija, la encerró en su casa y le prohibió que viera a Mme. Clarac.
Una vez más llegó el verano y Annemarie debió seguir a su esposo al Valle Feliz, entre las montañas. En ese lugar aislado, se enteró de la muerte de Yalé. La historia de ese amor está contado en La muerte en Persia (editado en español), un libro de crónicas y relatos de gran belleza. La terrible estadía en las montañas quedó registrada en El Valle Feliz.
Cuando Annemarie volvió a fines de 1935 a su patria, descubrió con angustia que la mayoría de sus amistades querían dejar el continente o por lo menos Alemania. Como el trabajo siempre había sido para ella una tabla de salvación, Annemarie resolvió viajar a los Estados Unidos con el fin de hacer notas destinadas a publicaciones alemanas. Entre septiembre de 1936 y enero de 1938 pasó dos largas temporadas en América. En la primera, hizo una serie de reportajes en ciudades industriales de Pennsylvania. Conversó con negros, blancos, enfermos. Captó con su cámara la mirada desesperanzada de la gente. Después volvió a Europa y se entusiasmó con el proyecto de escribir la biografía del alpinista Lorenz Saladin. Terminó el libro en poco tiempo y cuando se publicó fue un éxito.
En su segundo viaje a los Estados Unidos, Schwarzenbach se ocupó de investigar las condiciones de vida de los obreros agrícolas y los problemas raciales en el Sur. Escribió entonces artículos de una calidad excepcional.
A mediados de 1938, Annemarie conoció a Ella Maillart, la gran escritora de viajes suiza, de la que había leído Oasis prohibidos. Las nuevas amigas planearon viajar por Afganistán en el Ford de Annemarie. Maillart se dio cuenta desde el comienzo que debería ocuparse de las angustias y la adicción de su compañera, pero pensaba que podría ayudarla. Las viajeras despertaron curiosidad y cierto asombro escandalizado en Afganistán. Sin embargo, nadie les negó hospedaje y comida. Después de doce semanas llegaron a Kabul, donde se enteraron del pacto germano-soviético y del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Resolvieron separarse porque esas novedades aceleraban sus proyectos personales. Maillart partió hacia la India, mientras que Annemarie resolvió recorrer el Turkestán afgano. De su viaje con Maillart queda un testimonio apasionante, el libro ¿Dónde está la tierra de las promesas?
Annemarie volvió a Europa en 1940. Llegó a un continente devastado por el huracán nazi. Los Schwarzenbach habían perdido las tres cuartas partes de su fortuna. Annemarie se refugió como siempre en Sils. Una vez más, la casualidad le dio un nuevo rumbo a su vida. Margot von Opel, una de las mujeres más ricas de Europa, esposa del industrial Fritz von Opel, se encontró con la escritora en casa de unos conocidos e inició con ella una relación que Fritz toleraría de mala gana. Margot le propuso a Annemarie que se fuera con ella a Nueva York.
La tercera estadía de Schwarzenbach en los Estados Unidos estuvo marcada por el dolor, el drama y los escándalos. En Nueva York vivía con los Von Opel en el Plaza Hotel. Sólo podía escribir si se emborrachaba o se drogaba, pero la mezcla de drogas y alcohol la volvía agresiva y, en una oportunidad, trató de estrangular a Margot.
A pesar del estado de agitación que consumía a Annemarie, una joven novelista de 23 años que empezaba su carrera, Carson McCullers, la formidable autora de El corazón es un cazador solitario, se enamoró de ella (tiempo después le dedicaría Reflejos en un ojo dorado). Annemarie admiraba el talento de Carson, pero no podía responder a los sentimientos de la muchacha y, además, no quería romper con Margot. Extrañaba Europa y la suerte de sus amigos, atrapados por la guerra, la sumía en la desesperación. Una noche, mientras Margot dormía, intentó nuevamente estrangularla y, espantada por lo que iba a hacer, empezó a gritar de tal modo que despertó a todo el hotel. Pocos días después, llegó la noticia de que Alfred Schwarzenbach había muerto. Su hija, enloquecida, trató de suicidarse. Uno de los hermanos de Annemarie, que vivía en Nueva York, decidió internarla. En la clínica le impedían escribir, por lo que Annemarie tuvo varias crisis de violencia. Aunque estaba estrechamente vigilada, logró escaparse. Su fuga fue dramática. Caminó kilómetros en el frío. Llamó a un amigo y lo convenció de que la albergara en su departamento, pero desencadenó un escándalo con sus gritos --porque, según ella, nadie la entendía--, se encerró en el baño y se abrió las venas. La internaron en una clínica de White Plains y se le comunicó que sólo podría salir de allí para volver a Europa. Se la había declarado insana y se la expulsaba para siempre del país.

La serenidad y el azar

En Suiza, se enteró de que su madre se hallaba enferma y de que los Schwarzenbach habían resuelto que Annemarie debía dejar Suiza. Le ofrecieron mucho dinero para que se fuera. Sólo tenía una posibilidad: volver a partir. Esta vez pensó en Africa. Se embarcó en Lisboa y, después de una larga travesía y de viajes en ferrocarril, llegó a Leopoldville, la capital del Congo belga. Como esposa de diplomático, la alojó el cónsul de Suiza. Pero comenzaron a correr rumores que la perjudicaron. Se decía que era una espía del Tercer Reich. Annemarie resolvió entonces abandonar la ciudad. Había oído hablar de un suizo de apellido Vivien, cuya plantación estaba en Molanda, en la selva ecuatorial. Se le ocurrió que ése era un tema interesante para los lectores suizos. Se puso en camino. Llegó a Lisala, el lugar que Conrad describió en El corazón de las tinieblas. Allí esperó doce días hasta que un coche la llevó a la plantación de los Vivien, la más importante del Congo. Esa inmensa propiedad era dirigida por Mme.Vivien, que había quedado sola después de que su marido, gravemente enfermo, regresó a Europa. Ella era una mujer enérgica, protectora y muy tierna. Hospedó a Annemarie en una casa espaciosa. Lejos de toda distracción, Schwarzenbach escribió quince artículos, dos textos poéticos y uno de prosa, pero como siempre la escritura la dejaba en carne viva. La señora Vivien se dio cuenta de lo que le pasaba a su huésped y le propuso acompañarla en un viaje por el continente africano. La escritora aceptó. Durante los meses que Annemarie vivió bajo la protección de la señora Vivien, escribió El milagro del árbol, la historia de amor de un hombre y una mujer que, para respetar la independencia de sus almas, resuelven separarse. Una vez terminada la novela, Annemarie se embarcó rumbo a Europa.
Ya en Suiza, se instaló en la Jägerhaus de Sils. Había llegado a aceptar que nunca estaría del todo curada de su adicción, pero que eso no importaba, siempre podría renacer. El 6 de septiembre de 1942 iba en un coche a caballo hacia Saint-Moritz, se encontró con una amiga montada en una bicicleta y acordaron intercambiar los vehículos. Annemarie, para probar que no había perdido su destreza, se lanzó cuesta abajo sin tomarse de los manubrios, como acostumbraba hacer en la niñez. Chocó con un obstáculo, voló por el aire y su cabeza dio contra una piedra. Nunca recuperaría por completo la lucidez. El 15 de noviembre de 1942 murió en Sils como consecuencia del accidente.
Hoy, sus textos permiten tener una visión lateral, pero estremecedora, del espíritu de una época y de las angustias de una generación. Son testimonios de que el mundo había estallado en fragmentos y de que cualquier intento de huir, y no de enfrentar esa catástrofe, sólo podía terminar en tragedia o en una inútil inmolación a un dios silencioso y ausente.

Última edición por principe_kawab fecha: 08-11-2007 a las 01:22:37.
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Antiguo 08-11-2007, 01:18:55
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Hola Principe Kawab!! Nunca había visto un tema así en el foro.... me interesa. Estuve leyendo lo que querés hacer con tu vida, parece que tenés alma de viajero... no de turista, de viajero... como muchos por aquí. Y veo que tenés muchos sueños y qué hermoso es eso.
Te sigo con las vidas ejemplares
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Antiguo 08-11-2007, 07:40:14
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Principe, me sigues sorprendiendo cada mañana.
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Predeterminado Hola

Como ha dicho mi compatriota Yamila me gusta el tema, nuevo e innovador.

Te seguimos Príncipe, un gusto.


Netcheru
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Antiguo 09-11-2007, 03:01:06
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Predeterminado Isabelle Eberhardt

Otro de mis personajes favoritos. Y es que los finales del IXX principios del XX es la epoca historica , en que me hubiera gustado vivir. Años prodigos en personajes vitales y contraculturales movimientos filosoficos ( Dadaismo . 1916) comenzaban a inspirar a artistas y filosofos existencialistas que hacian de su vida una continua provocación transgresora a la moral extricta y represora victoriana. Muchos paises Europeos perdian sus colonias y un aire de revolucion contracultural hacia temblar los valores mas sagrados de la decadente y conservadora Europa.


Entre 1899 y 1904, una joven europea disfrazada de beduino y oculta bajo el nombre masculino de Mahmud Saadi recorría el Magreb a caballo para sorpresa de los nativos y escándalo de los occidentales. Por el día mantenía reuniones con místicos sufíes y por la noche frecuentaba los prostíbulos, en los que se dedicaba a observar a los hombres, amparada en su disfraz masculino. Fumaba kif y bebía alcohol, a pesar de haberse convertido a la religión islámica, y tuvo numerosos amantes europeos, turcos y árabes.

Isabelle Eberhardt nació en Ginebra en 1877. Su madre era una aristócrata alemana de origen ruso y su padre no fue el marido de su madre -el general Moerder- sino probablemente el preceptor de sus hermanos y amante de su madre, Alexander Nicolaievitch Trofimovsky, un sacerdote ortodoxo ruso, nihilista y amigo del anarquista Bakunin. Otra teoría la convierte en hija nada menos que de Rimbaud. Ni siquiera ella estuvo nunca segura de quién fue su padre y adoptó el apellido de su abuela materna. El tal Trofimovsky convivió varios años con la madre de Isabelle, pero no reconoció a ésta como su hija.

Su casa era centro de reunión de anarquistas, nihilistas, conspiradores y revolucionarios de distintas nacionalidades, y así no es de extrañar que saliera la niña como salió. Isabelle no fue a la escuela pero de Trofimovsky aprendió griego, latín, turco, ruso, árabe, alemán e italiano, además de filosofía, literatura, geografía, historia y nociones de medicina. La muchacha entabló por su cuenta relación con intelectuales árabes.

Tenía Isabelle veinte años cuando ella y su madre hacen las maletas, dejan tirado al truhán de Trofimovsky y se marchan a vivir a Argelia, entonces colonia francesa. Allí se convierten al Islam. Poco después Alá se lleva a la madre, que es sepultada en el cementerio musulmán. En esa época Isabelle publica sus primeros artículos y cuentos bajo diversos seudónimos. También es entonces cuando adopta por vez primera apariencia de hombre para colarse en las mezquitas a discutir con los mullah, actividad que alterna con otras -seguramente menos recomendables pero más divertidas- en los tugurios de la casbah argelina.Hacia 1899, tras fracasar un intento de boda con un turco, se pone el mundo por turbante y se dedica a viajar por el Sahara. Un año después se establece en El Oued y conoce a Sliman, un suboficial de las tropas indígenas, que se convierte en su amante estable. Este era miembro de una secta sufí, a la que Isabelle también se apunta. Su forma de ser, liberada y contestataria, molesta por igual a franceses y árabes, hasta el punto de que un beduino -supuestamente siguiendo órdenes de un ángel- intenta asesinarla a sablazos, circunstancia que las autoridades coloniales aprovechan para expulsarla por alborotadora.

En Marsella se dedica a escribir cuentos, aunque su obra literaria nunca tuvo gran repercusión. Se casa con Sliman y adquiere así la nacionalidad francesa, lo que le permite regresar a Argelia. Allí vuelve a las andadas: se traviste, bebe alcohol, fuma kif, se ve envuelta en peleas de taberna y en romances extramatrimoniales, pero compagina todo ello con una vida espiritual dedicada a visitar eremitas.

No se sabe en qué estaría pensando el general Lyautey, cuando decide enviar a semejante pendón en misión diplomática ante unas cabilas rebeldes. Aunque Lyautey tampoco debía de ser un militar corriente, a juzgar por su opinión de Isabelle: “Era lo que más me atrae del mundo: una rebelde. Encontrar a alguien que sea verdaderamente ella misma, fuera de cualquier prejuicio, cualquier cliché, y que pase por la vida tan liberada de todo, cual pájaro en el espacio, sí que regalo… ¡Amaba ese prodigioso temperamento de artista y todo lo que en ella hacía sobresaltar a los notarios, caporales y mandarines de cualquier calaña!“.
Opinión que yo mismo habría suscrito. Si hay un tipo de mujer que no soporto es la que se define a sí misma como “una chica normal” (la blogosfera está llena de memas con blog, que han puesto en su perfil: “soy una chica normal”. No seré yo quien lea sus bitácoras).

Sin embargo, la vida alegre empezó a pasar factura a nuestra heroína, que tuvo que ser hospitalizada aquejada de sífilis y paludismo. Al abandonar el hospital va a vivir a Ain Sefra, al sur de Orán. El 21 de octubre de 1904 el desbordamiento de dos oued anega la ciudad, sepultándola en el barro y acabando con la vida de muchos de sus habitantes, incluida Isabelle.

Última edición por principe_kawab fecha: 09-11-2007 a las 04:10:58.
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Antiguo 10-11-2007, 08:14:42
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Predeterminado Bessie Coleman





"La raza negra es la única raza sin aviadores y yo quiero interesar a la gente negra en volar y, por tanto, ayudar de la mejor forma que conozco a mejorar la situación de la gente negra"



fue la primera mujer afroamericana que consiguió una licencia de piloto internacional y la primera en volar un avión. Lo hizo en una época cuando los Estados Unidos estaban divididos en dos por leyes estrictas de segregación. Debido a que nadie en América le quería enseñar a avolar, tuvo que irse a París para aprender. Bessie regresó a los Estados Unidos determinada a dedicar su vida a la aviación e inspirar a otras mujneres afroamericanas para que hicieran lo mismo. La forma como consiguió esta distinción es una historia de un corage remarcable, determinación y mucha dedicación, una historia que comienza con su infancia en la Texas rural.

Bessie nació la número doce de trece niños de una mujer cuya madre había sido una esclava y aprendió a temprana edad que algunas cosas no estaban al alcance de la gente negra, incluída la educación. ero ella se enseñó a si misma a leer y se apuntó a una escuela segregada. Coleman acabó la escuela en la época que sus hermanos mayores regresaban de Francia, donde habían estado luchando durante la primera guerra mundial. Ellos le contaron muchas historias acerca de sus aventuras, pero la que más le llegó a la imaginación era acerca de volar. Para Bessie, con veintisiete años, trabajando en una peluquería, negra y pobre, la idea de volar le parecía algo mágico. Cuando sus hermanos le dijeron que en París hasta una mujer podía volar, no paró hasta que consiguió dinero suficiente de sus amigos para viajar a Francia, donde inmediatamente se apuntó a la Ecole dÁviation des Fréres Caudron. Lo que vió le debió excitar y a la vez alarmar: aviones que volaban pero que también a menudo se estrellaban. Los estudiantes hacían chistes acerca de las dos formas de acabar la escuela: o graduándose o bien estrellándose.

En 1921 Coleman, la única mujer en su curso de aviación, recibió su licencia de piloto, siendo la primera mujer negra en el mundo que lo consiguió. A su regreso a Nueva York ssalió en la primera página de los periódicos en todo el país. Pero volar costaba dinero y para ganar ese dinero volando era difícil en esos tiempos. No existían las aerolíneas y la distribución del correo era una ocupación segregada y dominada por los hombres.

Bessie consiguió su segunda gran ambición, que era fundar la primera escuela de aviación para gente afroamericana. Tal como ella mencionó en una entrevista de mayo de 1925 concedida al Houseton Post Dispatch "La raza negra es la única raza sin aviadores y yo quiero interesar a la gente negra en volar y por tanto ayudar de la mejor forma que conozco a mejorar la situación de la gente negra". También comentó "He decidido que la gente negra no debe sufrir las dificultades que yo he sufrido, por tanto decidí abrir una escuela de aviación y enseñar a otras mujeres negras a volar. Necesitaba dinero para ello y por tanto comencé a dar exhibiciones de vuelo y a dar conferencias acerca de la aviación. El color de mi piel, al principio un gran problema, ahora atrae a grandes masas de gente por dondequiera que voy."

Como su contemporaria Amelia Earhart, Coleman quería que mas mujeres se convirtieran en pilotos. También como Earhart, dió conferencias donde hablaba a mujeres y niños. Pero sus sueños acabaron trágicamente en Jacksonville on lo que fue mas o menos un vuelo rutinario. Estaba probando su nueva adquisición con un copiloto cuando el avión se paró a treinta y cinco pies de altura y cayó en picado. El avión no tenía cinturón de seguridad y Bessie cayó y falleció al instante. Tenía solamente treinta y tres años.

Última edición por principe_kawab fecha: 10-11-2007 a las 08:19:13.
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Antiguo 10-11-2007, 10:48:09
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Predeterminado Gertrude Bell

Una dama victoriana en Oriente Próximo.






La lista de sus logros resulta interminable. Fue la primera mujer que se licenció en Historia Moderna en Oxford, experta en Oriente Próximo, agente político durante la I Guerra Mundial, Medalla de Oro de la Real Sociedad Geográfica, condecorada con la Orden del Imperio Británico, publicó siete libros altamente reconocidos. A esto habría que añadir: aventurera, reconocida arqueóloga, viajera incansable que recorrió las zonas más peligrosas del desierto de Arabia a lomos de un camello, asesora de reyes y jeques árabes.


No está nada mal para una joven victoriana de la alta burguesía que heredó, entre otras cualidades, la inteligencia y la vitalidad de su abuelo, el más notable metalúrgico de su época y una de las fortunas del país. Gertrude Bell siempre vivió rodeada de hombres, compartió café y cigarrillo, entre otros, con Churchill, el rey Faisal y Lawrence de Arabia. Llegó a ser una de las mujeres más poderosas del Imperio Británico, aunque eso lo ignoraba entonces el deán de la Universidad de Oxford cuando, en 1886, a las pocas alumnas que allí estudiaban -entre ellas Gertrude- les habló en los siguientes términos: «Dios os hizo inferiores a nosotros y permanecereis inferiores hasta el final de los tiempos».

Gertrude Bell nació en Inglaterra en 1868 y recibió la típica educación de una joven de su clase. Claro que ella tenía otros planes; por lo pronto no perdió el tiempo buscando un marido, prefirió viajar y culturizarse. Así que, atraída por Oriente, eligió Persia. Tenía 23 años cuando llegó a Teherán y allí descubrió el paraíso de Las mil y una noches, que su madre le leía de niña. Aprovechó el tiempo al máximo. Se dedicó a estudiar persa, cabalgó por el desierto, visitó los refinados palacios y mezquitas tapizados de mosaicos, escuchó recitar a los poetas persas, aprendió el arte de la cetrería y subió a la Torre del Silencio, donde los seguidores de Zoroastro arrojaban a sus muertos. A su regreso, enamorada de Oriente, se centró en escribir sus experiencias y traducir los hermosos poemas de Hafiz.

A partir de entonces, Gertrude sólo se dedicó a viajar y a escribir. Recorrió buena parte del globo terráqueo, perfeccionó el persa y aprendió el árabe. Cuando en 1899 se trasladó a Jerusalén, empezaba una nueva vida lejos de la asfixiante y aburrida sociedad victoriana, donde sólo era una solterona excéntrica de 33 años que no había sido capaz de encontrar marido. Desde Jerusalén planeó sus primeras exploraciones del desierto. Viajaba a caballo con un cocinero y dos muleros por los polvorientos caminos rumbo a Jericó o el valle de Jordán. Gertrude fotografiaba y tomaba medidas de todas las ruinas y palacios persas inacabados que encontraba en su camino.

PERSIA. Hasta que llegó a Petra, la antigua capital de los nabateos esculpida en la piedra rosa, y acampó de noche bajo sus columnas corintias. Entonces escribió: «Cuando alguien entra tan a fondo en Oriente, no puede vivir lejos de él». Antes de regresar, visitó las pequeñas aldeas de Palestina, la región de los temidos drusos y extensos territorios jamás explorados por una europea.

En invierno de 1909 prepara su gran viaje, una nueva expedición, esta vez desde Siria a Mesopotamia para estudiar seriamente las iglesias romanas y bizantinas y hacer moldes de piedra para sus estudios arqueológicos. El viaje que emprendía aún hoy es agotador y muy arriesgado. Viaja sola desde Alepo y pretende llegar a Irak a través del desierto sirio, recorrer más tarde unos 650 kilómetros hacia el sudeste siguiendo el cauce del Eúfrates hasta Bagdad, allí rehacer su grupo y emprender la marcha al norte, hacia Turquía, a lo largo del Tigris. Como cualquier explorador, Gertrude prepara a conciencia su viaje y su pesado equipaje. Para moverse necesita siete animales de carga, una docena de caballos y tres muleros, amén de dos criados y un par de soldados.

En sus voluminosos baúles, junto a las tiendas de campaña, camas plegables, sillas de tijera, pistolas y un rifle, viajan alfombras, manteles de lino, un juego de té de porcelana, cristalería y cubertería de plata, bañera y elegantes vestidos franceses, corsés, sombreros de plumas y artículos de tocador. Gertrude nunca dejó de ser una elegante dama británica que se vestía para trabajar en el desierto de sol a sol con enaguas y largas faldas con bolsillos de parche, medias negras y zapatos de cordones, además de un amplio salacot. En las alforjas carga libros, mapas, rollos de película, cámaras y prismáticos. En estos siete meses de viaje compartió charlas con los beduinos, recorrió zonas inexploradas y realizó importantes hallazgos arqueológicos de los que tomó buena nota para su nuevo libro. En sus relatos confiesa: «..He vuelto a entrar en el desierto, como si volviera a mi hogar; el silencio y la soledad me envuelven como un velo impenetrable; no hay más realidad que las largas horas de cabalgata, por la mañana tiritando y por la tarde adormilada..».

DESAFIOS. Gertrude era ya una respetada arqueóloga y estudiosa de Oriente cuando decidió atravesar el desierto de Arabia en 1913. Estaba lista para emprender uno de sus mayores retos, aunque aquella aislada región estuviera llena de peligros. Partió de Damasco como una auténtica reina, con una caravana de 20 camellos, tres camelleros, su cocinero, su viejo guía y un escolta. «Me siento como un jeque árabe», comentó irónica a sus amigos. En realidad, así debería sentirse al frente de su expedición, sentada en lo alto de un camello, con sus manos enguantadas y un látigo para conducir al animal. Sabía que en el vasto desierto del Nejd tendría que enfrentarse a temperaturas extremas, sed, falta de víveres, plagas de pulgas, culebras, escorpiones... Sin mencionar a los bandoleros, soldados y tribus hostiles. Pero ya nada le podía detener, el desierto se había convertido en su razón de vivir.

En sus últimos años, se instaló definitivamente en Bagdad donde, un caluroso día de julio de 1926, esta mujer vital y poderosa, que siempre ocultó sus frecuentes depresiones, acabó quitándose la vida. Durante mucho tiempo, los beduinos siguieron recordando a esta dama que hablaba en su mismo idioma, les recibía elegantemente vestida en su tienda tapizada de alfombras y les obsequiaba con una taza de té, servida, eso sí, en bandeja de plata.
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Lo acabo de imprimir...es la mejor solución para leerlo tranquila.


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Alexandra fue una mujer excepcional en su época (1868-1969); también la longitud de su vida fue excepcional, pero la aprovechó al máximo, cosa que ya en si mismo merecería una mención especial… aparte de la Legión de Honor francesa que obtuvo poco antes de su muerte. Fue una gran viajera, cantante de ópera (bastante buena por cierto), periodista y exploradora, budista (visitó Lhasa, la capital del Tibet, en 1924, ciudad prohibida en ese entonces a los extranjeros y llegó a ella disfrazada de tibetana lo que supone, entre otras cosas hablar la lengua del país como un nativo). Escribió más de treinta libros sobre los temas que trabajó e influyó en escritores occidentales como Alan Watts, Jack Kerouac y Allen Ginsberg.

Toda su vida fue una aventura y una investigación permanente; piénsese que recorrió diversos países de Europa, y durante catorce años India, China, Corea y Japón. Todo eso en la época donde no existía el turismo y en la cual no se esperaba de una mujer que hiciese tales cosas.
En un maginfico libro que escribio otra excepcional mujer :Ruth Middleton , refleja algunos escritos de Alexandra, me quedo con este :

“Una vez más doy la espalda a la civilización occidental, gozosamente, con una sensación de alivio, de reposo, de estar al fin sin carga. La luz del poniente tiñe de rosa los picos nevados de las montañas, aparece la primera estrella chispeante, el momento es tan bello, sereno, dichoso, que te sumerges en él, hundiéndote suave, profunda e infinitamente”
De anarquista a budista Alexandra recorrió un largo y especial camino.


Última edición por principe_kawab fecha: 15-11-2007 a las 11:59:02.
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Comparto contigo Osamita , me gusta mucho el tema , y siempre espero un nuevo aporte, gracias Principe.
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