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Civilizacion egipcia Foro de la EGIPTOPEDIA sobre historia, arte y cultura del Antiguo Egipto; pirámides, momias, dioses ..

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  #1  
Antiguo 21-09-2007, 17:18:32
Avatar de sopdet
sopdet sopdet is offline
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Predeterminado Cuentos y Leyendas

Hola a todos!!!

No sé a vosotros, pero a mí me encantan los cuentos y leyendas del antiguo Egipto.Historias que pasaban de padres a hijos o que recogian los escribas.

La historia que viene a continuación tiene muchas similitudes con la que nosotros conocemos como "la Cenicienta", es muy curioso.
Ya me direis qué os parece.

Un saludo.

La sandalia de Nitocris

Cita:

En un pequeño pueblo del Bajo Egipto vivía una joven de veinte años cuya belleza se asimilaba a la de una diosa. Su nombre era Nitocris.
Le gustaba ayudar a su padre que trabajaba como escriba de rebaños, contando cabezas de ganado y evitando las discusiones entre los ganaderos. Nitocris sabía leer, escribir y contar, y cuando su padre se jubilara, le sustituiría.
Todos los chicos del pueblo y de los alrededores deseaban casarse con Nitocris, pero ella sólo compartiría su vida con un hombre al que amara con todo el corazón. Los jóvenes seguían insistiendo pero ella los rechazaba tajantemente. Su padre se extrañaba, incluso le proponía casamiento con el apuesto hijo del alcalde, pero ella no podía soportarle.
Sus padres sólo deseaban la felicidad de la hermosa joven:
- Nitocris, solamente tú puedes elegir al hombre al que amarás como esposo.
La tarde estaba soleada y Nitocris salió a darse un baño al canal pensando que a esa hora nadie la molestaría. Se quitó las sandalias, se desvistió y se metió poco a poco en el agua que gozaba de una temperatura deliciosa. Estuvo nadando durante mucho tiempo.
Por allí cerca, los chicos cazaban o jugaban a la pelota. Cuando la joven volvió hacia la orilla, un chico le hizo señas con la mano ofreciéndole su ayuda para salir del agua. Se trataba del hijo del alcalde, que muy orgulloso, armado con un arco y unas flechas, le regalaba una liebre que había cazado.
- No quiero tus regalos. ¡Aléjate de mi! – dijo Nitocris.
- ¡Ni hablar! Deseo hablarte. Sabes que yo seré tu marido
– contestó el joven.
- ¡Jamás! ¡Nunca me casaré contigo!
Nitocris se fue en busca de sus sandalias, cuando escuchó el ruido de un aleteo. Un halcón bajó hacia el suelo a gran velocidad cogiendo una de sus sandalias con sus garras, y de nuevo subió al cielo.
Cuando el hijo del alcalde tensó su arco apuntando hacia el halcón, Nitocris gritó:
- ¡No tires! El halcón es el animal sagrado del dios Horus, el protector del faraón. Nadie puede matarlo.
El joven se fue muy avergonzado por su acción.
Un poco más tarde se celebraba el consejo de ministros presidido por el faraón en el jardín del palacio. El rey continuaba soltero y esta situación no debía alargarse más. La Regla exigía que reinara junto a él una gran esposa real, pero ninguna le interesaba.
Estaba pensativo y no prestaba atención al ministro, cuando de repente, el halcón se abalanzó hacia el rey dejando caer algo en sus rodillas. Se trataba de una sandalia, la más bonita que jamás había visto. Rápidamente hizo llamar al jefe de guardia, y se dirigió a él enérgicamente:
- Envíe a sus hombres a todas las ciudades y pueblos y ordene que todas las muchachas se prueben la sandalia. ¡Encuentren a su dueña!
El hijo del alcalde iba hacia la casa de Nitocris, cuando vio a dos guardias cumpliendo el encargo del faraón. No dudó en preguntar qué ocurría, a lo que le respondieron amablemente. Sólo les quedaba visitar la última casa del pueblo que se encontraba al final de la calle. El chico, al reconocer la sandalia de Nitocris, trató de evitar que la encontraran. Pero en ese momento, la muchacha salió de su casa portando un ramo de flores de loto. El guardia, al verla, quedó impresionado por su belleza, y al probarle la sandalia comprobó que era suya.
Nitocris atravesó los inmensos jardines de tamariscos, sicomoros y palmeras, llegando a una enorme sala del palacio. El suelo estaba decorado con azulejos en forma de lotos y en las paredes se representaban preciosas pinturas con escenas de caza. Allí, en su trono, estaba sentado el faraón de Egipto.
La joven se arrodilló ante el faraón como muestra de admiración y respeto. El rey, portando sus insignias reales, la tomó de la mano ayudándola a levantarse. Admirado por su belleza, el faraón le calzó la sandalia que le había hecho llegar el halcón. Nitocris era la esposa elegida por los dioses, y ella se había enamorado del faraón.
- Reinarás en Egipto junto a mi como Gran Esposa Real. Mandaré construir para ti una pirámide que inmortalizará nuestro amor y hará brillar tu nombre para siempre.
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  #2  
Antiguo 21-09-2007, 17:39:29
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Meket Meket is offline
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Ooooooh!!! como me gusta este post,
por fa... pon más!!!
__________________
La verdad que nos hace fuertes es la de saber que el
destino lucha por reunirnos con lo que amamos.


Egipto te amo
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  #3  
Antiguo 21-09-2007, 17:55:56
Avatar de sopdet
sopdet sopdet is offline
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Empezado por Meket Ver Mensaje
Ooooooh!!! como me gusta este post,
por fa... pon más!!!
Jejeje, como ya te dije en otro post, ¡¡Tus deseos son ordenes para mí!!

Cita:

El campesino elocuente

Su nombre era KHUNAPUP y vivía en la llanura de la sal junto a su mujer y sus hijos. Gracias a que era un hombre muy constante y trabajador, la familia vivía bien. Algunas cosas solo podían conseguirlas en Heliópolis y por eso su mujer le ayudó con los preparativos del próximo viaje. Prepararon la comida y bebida que necesitaría durante el viaje y cargaron los asnos con todo eso más la mercancía que iba a utilizar para cambiar en la ciudad por lino, madera y algunos alimentos que no podía conseguir en el oasis.

KHUNAPUP comenzó su viaje, debía atravesar el desierto y el camino sería muy duro.

Llegó a unas tierras administradas por RENSI, representante del faraón, y al cuidado de DEHUTINEKHT, cuyas tierras se encontraban a un lado del estrecho camino y al otro estaba el río.

DEHUTINEKHT, viendo acercarse al campesino con sus asnos cargados, mandó poner en el camino una sabana de lino como parte de un plan para robarle. Cuando KHUNAPUP llegó hasta él, DEHUTINEKHT le advirtió que no debía pasar por encima de la sabana de su propiedad y tampoco por los lados, ya que estaban su casa y el río. Mientras discutían unos de los asnos pisando la tela comenzó a comer cebada de sus tierras y de esta forma le ofreció la excusa perfecta para robar al campesino, solicitando quedarse con todos los vienes por el perjuicio causado por el asno. Pasó diez días lamentándose y quejándose pero DEHUTINEKHT no le hizo el menor caso, así que KHUNAPUP, viendo que en fuerza física el contrario ganaría, decidió dirigirse a Heliópolis a ver a RENSI y contarle lo ocurrido para que sus asnos le fueran devueltos y el ladrón castigado.

RENSI escucho atento sus explicaciones y quedo tan sorprendido por su forma de hablar y expresarse, que decidió ponerlo en conocimiento del rey que se aburría bastante en palacio. Para los dos, la solución al caso era fácil, pero el rey quiso saber más de la elocuencia del campesino y mando a RENSI citarle cada mes para exponer su caso y tomar nota de todas sus palabras para así matar el aburrimiento.

Fue así como KHUNAPUP pasó meses acudiendo a RENSI, cada vez con menos paciencia pero mas elocuencia, no se repetía en sus argumentos y cada vez estaba mas enfadado, porque aunque el rey se había encargado de que a su familia en el oasis no le faltase de nada, el lo ignoraba.

Al fin, tras su última visita en la que incluso acusaba y amenazaba al rey, este no tubo más remedió ya, que después de tanto tiempo, dar una solución justa al campesino.

Todos sus vienes, los del ladrón y el propio ladrón convertido en su esclavo, le fueron entregados KHUNAPUP, para hacer justicia y recompensar su elocuencia y paciencia.
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  #4  
Antiguo 23-09-2007, 01:47:24
Avatar de sopdet
sopdet sopdet is offline
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Predeterminado

Esta leyenda creo que es la más conocida del antiguo Egipto y, en mi opinión, la más bonita.
Es la que suelen contar casi todos los guias a las puertas del templo de Edfu.

Cita:

Isis y Osiris

De los cuatro hijos de GEB y NUT, OSIRIS era el más sabio y también el más querido por su labor como soberano de la tierra y los hombres, a los que enseño las leyes y la agricultura.

Se casó con su hermana ISIS y de su unión nació HORUS.

Otro de los cuatro hermanos, SET, que odiaba a OSIRIS y envidiaba su cargo, reunió algunos hombres y se puso manos a la obra. Tomó medidas de su hermano mientras este dormía y ordenó hacer un magnifico sarcófago que se ajustase a las medidas tomadas.

Después, en una gran fiesta a la que acudirían todos los dioses, SET mandó sacar el sarcófago, que como él esperaba llenó a todos de admiración por su belleza y buen gusto. Ofreció regalarlo a quien por sus medidas le sirviera. El último en probarlo fue OSIRIS, y en cuanto estuvo dentro del sarcófago, este fue cerrado, sellado y tirado a las aguas del Nilo por los hombres de SET.

ISIS aconsejada por TOT, dios de la sabiduría, dejó al pequeño HORUS en Buto al cuidado de la diosa tutelar y emprendió camino hacia el delta con el fin de ocultarse de SET y encontrar a OSIRIS.

Durante su difícil camino, ISIS seguía cualquier pista que pudiese conducirla hasta OSIRIS y así, más allá del Nilo, ya fuera de Egipto, decidió hacerse pasar por criada en el palacio de Byblos con la intención de encontrar un árbol muy especial del que había oído hablar. Al fin lo descubrió, el sarcófago había sido llevado por las aguas hasta una orilla en la que un pequeño árbol, al darse cuenta de la divinidad del ocupante, comenzó a crecer para proteger con sus ramas el preciado sarcófago. Y el rey de Byblos por su parte, al descubrir tan esplendido árbol, ordenó llevarlo a palacio.

Inmediatamente ISIS recuperó su apariencia de diosa y sacó el sarcófago del tronco para llevarlo a Egipto, donde OSIRIS descansaría en tierra sagrada.

Una vez en Egipto, ISIS dejó el sarcófago en las marismas del delta, con la intención de ir a Buto a ver a su pequeño. En el camino una voz le anunció que SET había encontrado a OSIRIS en las marismas donde ella lo había escondido y lo había destrozado y había desperdigado los pedazos de su cuerpo por todas partes.

ISIS debía encontrarlo antes de volver con su hijo. En su búsqueda iba dando sepultura a cada parte del cuerpo de su esposo q encontraba y los hombres construirían templos más tarde en cada uno de esos lugares. La ciudad de Bubastis, se construiría donde fue enterrada su columna vertebral. Cuando, más al sur, en Abydos, ISIS encontró la cabeza de OSIRIS, se pudieron llevar a cabo las honras fúnebres que le permitirían comenzar su viaje a la inmortalidad.

Rápidamente ISIS se dirigió de nuevo a Buto para encargarse de la educación de HORUS, que una noche mientras dormía, y a pesar de la protección de la diosa tutelar, fue picado por un escorpión y murió. ISIS destrozada pidió ayuda a RA y este mandó a TOT a devolverle la vida al pequeño.

Los dos continuaron viviendo en Buto, donde nadie sabía de su origen divino, y allí fue donde HORUS creció preparándose para el día en que vengaría la muerte de su padre y reclamaría su corona real.

Al llegar el momento, como SET también reclamaba la corona, era la Enéada la que debía decidir. Los dioses, después de mucho tiempo deliberando, de escuchar las dos partes y el consejo de NEITH la madre divina, pensaron en dar a HORUS la corona de su padre, pero ATUM-RA que presidía el tribunal dudó de HORUS por su juventud. Así que años después, el juicio continuaba con los argumentos y las luchas cuerpo a cuerpo entre los oponentes, en las que HORUS fue mutilado y SET perdió un ojo. TOT curó sus heridas y decidió que la solución era contactar con OSIRIS en el país de los muertos, donde reinaba, para que este les ayudase a decidir.

La respuesta de OSIRIS, reprochando a los dioses por el mal trato dado a su hijo e increpándoles a actuar con justicia entregándole la corona, puso fin al pleito.

HORUS fue coronado como merecía, con la corona blanca como símbolo de soberanía sobre todo Egipto y con el disco de oro que simbolizaba su victoria sobre SET, que terminó inclinándose ante él y aceptando su soberanía.
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  #5  
Antiguo 23-09-2007, 02:45:48
Avatar de Seti III
Seti III Seti III is offline
Amarrado por falta de viento...
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Predeterminado

Cita:
La sandalia de Nitocris

En un pequeño pueblo del Bajo Egipto vivía una joven de veinte años cuya belleza se asimilaba a la de una diosa. Su nombre era Nitocris... (resto del texto)
Si no me equivoco esa es la base de la Cenicienta

Última edición por Seti III fecha: 23-09-2007 a las 02:47:24. Razón: Ya sabran por que
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  #6  
Antiguo 23-09-2007, 18:08:44
AnubisTGN AnubisTGN is offline
Rumbo a Debod...
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Predeterminado Las Sandalias del Guerrero

Magnífico tema, Sopdet!

A mí también me gustan mucho los cuentos y las leyendas. Permitidme que os ponga ésta, que también va de sandalias, por cierto.

Cita:

Hotep no siempre había sido un mendigo. Hijo de un fellah de los alrededores de Tebas, su adversa suerte quiso que fuera incluido en una de las levas con las que Ramsés I, el gran monarca conquistador, nutria las filas de los ejércitos que guerreaban en Asia.

El joven no tuvo ocasión de distinguirse, pues justo en el primer encuentro con los asirios un flechazo, traspasándole un muslo, le puso fuera de combate; cuando finalmente pudo recobrar la salud se encontró con la pierna derecha privada de movimiento.

Hotep no se desanimó por su adversa suerte y, uniéndose a una caterva de guerreros, más o menos mutilados, emprendió el regreso a Tebas apoyándose en un grueso garrote.

Con las peripecias y aventuras de tal viaje desde Mesopotamia al mar Rojo, podría escribirse un buen volumen; habremos de contentarnos con saber que, de guarnición en guarnición, unas veces comiendo y otras ayunando, dos meses después de desdichada caravana llegó al delta del Nilo, lugar fijado para la separación de los veteranos, que desde allí se desparramaron por todo Egipto.

Hotep quedó solo con otro compañero que, nacido en una aldea inmediata a la suya, seguía el mismo itinerario. Era el camarada un hombre ya viejo, encanecido en la milicia debido a sus largos años de servicio y privado de la vista, a consecuencia de una profunda herida en la cabeza.

El cojo tenía excelente fondo y, movido a compasión, se brindo a servir de lazarillo al ciego; y así, una noche en que los dos inválidos descansaban al abrigo de un espeso cañaveral, Hotep, que dormía plácidamente, oyó de pronto un lastimero quejido que exhaló su compañero e incorporándose le dijo:

-¡Hola veterano! ¿Qué es eso? Despierta, que sin duda te estás atormentando con alguna horrible pesadilla.

-Hotep, me muero –murmuró el ciego-. Siendo que la vida se me acaba.

-¡Estás delirando! ¿Quién piensa ahora en morir?

-Me muero, muchacho, me muero. Creía que tendría fuerzas para llegar allá, pero no puedo. ¡Agua…! ¡Dame agua, me ahogo…!

Hotep, alarmado, corrió con cuanta ligereza permitía su cojera hasta un canal inmediato y volvió con la calabaza llena del líquido pedido, diciendo:

-Bebe. Esto pasará, es un desvanecimiento ocasionado por el fuerte sol que hoy nos ha hecho hervir la sangre.

-Gracias, camarada –respondió el ciego-. No temo a la muerte; hace años que la he considerado siempre cercana. Después de todo, para no ver más la luz, tanto me importa. Mira, en este saco va toda mi fortuna; un casco de bronce, unos cuantos trapos y unas sandalias de cuero, que es lo que más valor tiene, pues son casi nuevas, el material es superior y están bordadas en oro. No sé de donde proceden, pues las encontré en la batalla en que me hirieron, atadas a la cintura de un soldado muerto, sólo Dios sabe a quién se las robaría. Cógelo todo si muero. Es la fortuna de un soldado que ha servido treinta años a los faraones. ¡Bonita herencia!

Hotep se devanaban los sesos, pensando qué haría o diría en aquella situación, que le parecía bastante grave y apurada. Por fin su compañero bebió de nuevo y dijo:

-Puede que tengas razón y me haya equivocado; pasó la angustia y tengo sueño. Durmamos y, si me muero, ya sabes; todo para ti.

Y volvió a tenderse entre las cañas, murmurando palabras confusas. Hotep siguió su ejemplo. Al poco tiempo roncaba haciendo ruda competencia a las parleras ranas. Cuando despertó, al salir el sol, el ciego yacía a algunos pasos de allí, tendido boca abajo.

Hotep llegó finalmente a su pueblo y continuó llevando la vida que había tenido antes de ir a servir al faraón.

Un día, cuando el sol comenzaba a iluminar con sus espléndidos rayos, Hotep, vistiendo su viejísimo calasiris de algodón listado, que dejaba ver por sus múltiples desgarrones las oscuras carnes del mendigo, salió de su casa y empezó a andar con alegría.

Apareció junto a una de las colosales esfinges que constituían la entrada del templo. Se detuvo un momento y, sacando de un envoltorio el casco de bronce y las sandalias que heredara del viejo guerrero, se atavió con ambas prendas, quedando en breve espacio de tiempo convertido en la más grotesca figura que imaginarse pueda nadie.

No parecía, sin embargo, el inválido descontento de su aparato indumentario, pues con aire satisfecho se atusó la encrespada y revuelta cabellera, y canturreando una canción popular se dirigió, apoyado en un grotesco bastón que le servía de muleta, hacia una puertecilla que se divisaba casi oculta entre las robustas piernas de la colosal estatua, que parecía guardar la entrada al gran patio.

Hotep dio con su bastón un fuerte golpe en la hoja de la puerta y pocos instantes después apareció en el dintel una mujer, cubierta por ajustada túnica blanca, sostenida por una especie de tirantes de cuero rojo.

-¿Qué se te ofrece tan temprano y tan compuesto? –preguntó con burlona sonrisa al reparar en el casco y las lujosas sandalias del mendigo-. Hoy no es día de repartir los restos de las ofrendas…

-No vengo a pedir limosna –contestó Hotep. Y luciendo una gran sonrisa, añadió-: Vengo a hablar con un padre para decirle que es mi deseo pedirle tu mano, pues quiero casarme contigo.

Los ecos del templo reprodujeron durante largo espacio de tiempo las más sonoras y alegres carcajadas que jamás habían turbado la majestuosa calma de aquel silencioso recinto. Hotep, sin desconcertarse por la manera como era acogida su pretensión, dijo mirando con petulancia sus sandalias:

-Hermosa Amneris, veo que mi idea te regocija y esto me hace suponer que mi figura no te disgusta y el resultado…

-El resultado –interrumpió la joven- será que mi padre te dará algunos palos y te romperá la pierna que aún tienes sana.

-¡A mí, a un guerrero del faraón!

-¡Imbécil! Tú ya no eres guerrero, sino pordiosero; y si no fuera por lo que en esta casa te hemos protegido, perjudicando a otros pobres más antiguos, hace tiempo que estarías descansando en el cementerio en agradable compañía con otros ilustres personajes de tu calaña.

-¿Olvidas acaso que soy propietario de una gran casa junto al canal del Castillo Blanco?

-Sí, ya sé que tienes una barraca de adobes cuarteada y sin techo.

-No es tan mala, y además tengo… estas sandalias –dijo él mientras se miraba los pies.

-Mira Hotep –dijo Amneris adoptando un aire protector-, sin duda algunas los fuertes calores y todo el hambre que has sufrido en Asia han perturbado tu razón. En primer lugar, debes saber que tengo un pretendiente muy bien acomodado, y en segundo lugar, ¿cómo quieres que yo, hija de un guarda del templo, corresponda al afecto de un buen muchacho como tú, pero que ha quedado completamente inútil para todo? ¿Cómo atenderás a mi subsistencia con la pierna arrastrando y ese casco tan abollado…? ¡Ja…, ja…, ja…!

Y de nuevo la risa más retozona animó el semblante de la muchacha.

El pobre, cuya candidez le había hecho concebir las más lisonjeras esperanzas, por única respuesta se rascó el cogote, miró a Amneris y, con gesto de cómica desesperación, dio media vuelta y sin pronunciar una palabra se alejó de la puerta acompañado por las carcajadas de Amneris.

-¡Pobre chico! –dijo ésta-. No es malo, pero… ¡es tan miserable!

Hotep, aunque verdaderamente anonadado por la escena narrada, tenía, como todos los fellahs una gran dosis de mansedumbre y resignación; así que, después de desahogar su cólera murmurando unas cuantas invectivas contra Amneris, se encaminó hacia un grupo de palmeras que sombreaban el camino que conducía al templo y se tumbó sobre la menuda hierba. Pocos instantes después roncaba como un bienaventurado.

De pronto el mendigo se despertó a impulsos de algunos puñetazos aplicados con mano vigorosa, e incorporándose vio ante sí a un personaje de elevada condición, a juzgar por la pedrería que brillaba en el pectoral que cubría su robusto pecho y por la finura y elegancia de su túnica. Otro sujeto, portador de un abanico de plumas de avestruz, que era sin duda el que le había despertado de un modo tan enérgico, se hallaba junto al primero.

-¿Quién eres? –dijo con voz imperiosa-. ¿Qué estás haciendo aquí?

-Pero ya lo ves, dormir –repuso Hotep con justa indignación.

-¿Quién te ha dado estas sandalias? –volvió a preguntar el incógnito y refinado personaje.

-Quien puede –contestó Hotep recogiendo su cayado y adoptando una actitud defensiva.

-¡Por mi padre, el Sol, que no he visto jamás sabandija tan insolente! Oye, miserable, y tiembla.

-¿No temblé en el campo de batalla cuando una flecha asiria traspasó mi muslo, y me asustaré ahora que nada malo he hecho? Pero ¡ah! –exclamó de pronto-, tú debes ser el rival que me disputa el amor de Amneris.

-¡Está loco! –dijo el desconocido con asombro, volviéndose hacia su acompañante, que contestó con signo afirmativo.

-¿Con que, es decir –prosiguió Hotep-, que no contento con quitarme la novia, quieres también apoderarte de mis sandalias?

-Sin dudas ignoras quién soy –dijo el personaje del pectoral-. ¡De rodillas, miserable, ante el faraón!

Hotep lanzó un grito de asombro, e inclinando humildemente la cabeza respondió:

-Alto y poderoso Ramsés, perdona a tu humilde esclavo. No me postro ante ti, porque la herida que recibí a tu servicio me inutilizó la pierna y no puedo… Ten misericordia de este infeliz inválido, que si pronunció palabras inconvenientes fue por no haberte conocido.

-Piensa bien lo que vas a contestarme, porque de ello depende tu vida. ¿Recuerdas la ocasión en que adquiriste esas sandalias?

-Sí, hijo predilecto de Dios.

-¿Recuerdas si el que tales prendas te dio te aseguró que eran la fortuna de un soldado?

-Sí –contestó Hotep, pensando en las últimas palabras pronunciadas por el guerrero ciego.

-Entonces, ¿cómo no has reconocido en mí al faraón a quien guiaste en el reconocimiento del campo enemigo y que, como prenda de su real aprecio, para reconocerte y recompensarte después de la batalla, te dio las sandalias que hubo de quitarse para trepar por los acantilados de Saín, cuyo paso nadie conocía como tú, y merced a cuyo descubrimiento alcancé una de mis más favoritas victorias?

El mendigo quedó inmóvil.

Comprendió que se le ofrecía una enorme fortuna. Solo tenía que contestar de forma adecuada a las preguntas de Ramsés. Por un momento pensó en esto y en que de esta forma tan sencilla conseguiría aquello que tanto deseaba, es decir, podría casarse con Amneris.

Pero era honrado y no quiso mentir.

-Señor –dijo-, soy un mendigo inútil y despreciable, el alimento que tomo lo debo a la generosidad del pueblo, pero mis labios no se mancharon nunca con una mentira. Estas sandalias no me las diste tú.

Y brevemente contó al faraón su triste historia y la manera cómo las sandalias habían llegado a sus manos.

El faraón, viendo que había tropezado con un hombre honrado, alguien que no deseaba aprovecharse de la fortuna que había llamado a su puerta, decidió llevarlo a palacio donde le agasajó por su fidelidad y le recompensó ampliamente por sus servicios, ofreciéndole además un puesto en la corte.

Gracias a ello Hotep pudo ir al templo a pedir la mano de Amneris, quien viéndole en una buena posición le aceptó rápidamente, pues ella siempre le había querido.

Fueron extremadamente felices en su nueva posición y tuvieron muchos hijos, todos ellos servidores fieles de Ramsés Meiamun, a cuya regia esplendidez debían tantos favores.


Ésta es de mis favoritas, pues narra toda la historia del asesinato de Osiris en manos de su hermano Seth.
Dice la leyenda que finalmente la paciente y luchadora Isis encontró todos los fragmentos del cuerpo de su marido. Yo tenía entendido que halló todos... menos uno. Y a pesar de ello consiguió a través de su magia concebir a su hijo. Es lo bueno de las leyendas... cada uno puede interpretar lo que su imaginación prefiera.

Cuando el dios Sol decidió marchar de Egipto, la gente que se había salvado de la furia de Hathor sentía rabia y miedo.

Cuando la tierra se oscureció todos echaban la culpa al vecino. Los hombres fabricaron las primeras armas y atacaron a todo aquel que pudiera ser un enemigo del dios Sol. Ra miró hacia atrás y comprendió que, de ahora en adelante, el hombre siempre mataría al hombre en Egipto. Habló con tristeza a la Vaca Divina:

-Llévame adonde me sea posible ver a la humanidad, pero que sea lejos de su alcance.

Entonces el cuerpo de la Vaca Divina se convirtió en el cielo, sostenido como un gran arco sobre la tierra, y Ra hizo las estrellas y las derramó por el vientre de Nut. A continuación, el Rey de los Dioses creó el Campo de la Paz y el Campo de las Cañas, residencias de los bienaventurados difuntos. Nut empezó entonces a temblar, pues se hallaba muy arriba. Y Ra creó a los dioses Heh, los Dos Crepúsculos, para que la sostuvieran y mandó al aéreo Shu que permaneciera entre el cielo y la tierra.

Después, Ra llamó a Thot y le dijo:

-Mira, desde estas alturas deseo brillar e iluminar el cielo de arriba y al cielo de abajo. Tú me representarás en la tierra y serás el responsable de registrar las acciones de los hombres.

Entonces creó la forma de ibis para Thot y lo hizo encargado del registro.

Cuando Ra iluminaba el cielo de abajo, la tierra estaba a oscuras y los hombres tenían miedo y lloraban la pérdida del dios Sol. Ra les oyó y también transformó a Thot n el Gran Mandril Blanco. Thot brilló con una luz plateada y la humanidad ya no tuvo nunca más miedo de una puesta de sol, porque Ra les había regalado a la Luna. Y así, Thot con la cabeza de ibis fue el sabio Escribiente de los Dioses, y Thot como mandril brilló en el cielo de la noche. De esta forma fue como Ra se compadeció de los hijos de sus lágrimas.

Finalmente, Ra ordenó a Nun y Geb que protegieran la tierra de las serpientes del caos e hizo a Osiris rey de Egipto y a Isis reina.

Osiris demostró ser un soberano sabio y bondadoso, enseñó al pueblo de Egipto la forma de labrar la tierra, les dio leyes y les enseñó también a adorar a los dioses. Incluso emprendió un viaje por los demás países de la Tierra para favorecerles con los mismos dones.

Seth estaba celoso de él y le hubiera gustado apoderarse de Egipto mientras su hermano estaba fuera, pero Isis se había quedado para gobernar el reino. Ella nunca se había fiado de Seth.

Cuando Osiris hubo regresado sano y salvo de Egipto, hubo una gran alegría e incluso Seth simuló estar contento. Ya había empezado a conspirar contra su hermano y había encontrado un grupo de hombres ambiciosos y descontentos que deseaban ayudarle. Seth esperó pacientemente a que llegara su oportunidad y finalmente, una noche fue invitado a un banquete en casa de su hermano, en el cual Isis no iba a estar.

En el mismo instante de llegar, el hermano del rey se puso a hablar de una caja maravillosa que le habían acabado de hacer. Cuando todos ya habían bebido mucho vino, Seth mandó a buscar la caja y todos los invitados admiraron la exquisita madera y los ricos dorados. Con una sonrisa en los labios, Seth prometió que daría la caja a aquel que encajara en ella perfectamente.

Seth sabía que solo había un hombre a quien la caja ajustara perfectamente, porque había sobornado a uno de los criados para saber las medidas exactas del rey. Después de que todos los invitados hubieron fracasado, los conspiradores rodearon a Osiris e insistieron para que la probara.

Confiadamente, Osiris se metió en la caja. Se tendió en su interior y todos vieron que entraba en ella perfectamente, con la cabeza y los talones que tocaban justo los extremos de la caja. Los más inocentes rieron al pensar que Seth había perdido la apuesta en favor de su hermano. Osiris mismo también sonrió a Seth y empezó a hablar, pero su hermano, en ese justo instante, hizo una señal a los conspiradores y de repente, la tapa de la caja se cerró y los cerrojos se deslizaron. Mientras los conspiradores retenían a los invitados, Seth selló la caja con plomo fundido y de esta forma Osiris murió.

La caja, convertida en ataúd, fue llevada de noche cerca de uno de los numerosos brazos del Nilo, desde donde los conspiradores la lanzaron al agua, esperando que la corriente la arrastrara hasta el mar y allí se perdiera para siempre. Después, Seth anunció la muerte de su hermano y se coronó como nuevo rey.

Cuando Isis oyó la terrible noticia, se volvió como loca de pena. Se cortó un mechón de cabellos y se vistió con ropa oscura. Después salió a buscar el cuerpo de su marido.

Corrían rumores extravagantes por todas partes, pero durante mucho tiempo nada pudo descubrir. Fue a pie de un pueblo a otro, interrogando a todos los que encontraba y, finalmente, habló con unos niños que habían visto cómo tiraban la caja al Nilo y se alejaba río abajo.

La diosa siguió aquel brazo del Nilo hasta el mar. De cuando en cuando daba con alguien que le decía que hacía unos días le había parecido ver una caja dorada que iba hacia el Norte, e Isis salió de Egipto y cruzó países desconocidos siguiendo la costa, hasta que llegó al reino de Biblos. Las gentes de la zona no pudieron decirle mucho, aparte de que un árbol milagroso había crecido de repente en la playa.

La caja de Osiris había sido arrastrada hasta tierra por el agua y había quedado pegada entre las raíces de un arbolito. Fortalecido por el dios asesinado, ese vegetal se transformó en una sola noche en un árbol grande.

Cuando el rey de Biblos se enteró de aquel prodigio, envió a los carpinteros a cortar el árbol y les ordenó que lo llevaran a palacio para utilizarlo como pilar. Los carpinteros obedecieron. Pero nadie sospechaba que en el interior del árbol estaba escondido el féretro de un dios.

Cuando Isis tuvo conocimiento de este hecho, gracias a unos hombres que estaban deseosos de entablar conversación con una forastera, se dirigió rápidamente al centro de la ciudad de Biblos y se sentó al lado de una fuente que estaba muy cercana al palacio real.

Cuando unas criadas de la reina de Biblos fueron a la fuente a buscar agua, vieron a Isis y le preguntaron quién era. La diosa les dijo simplemente que era egipcia y una gran peluquera. Allí mismo les trenzó con ingenio los cabellos a las muchachas y les lanzó su aliento en la piel para que se impregnaran de fragancia divina.

Cuando regresaron a palacio, todos se admiraron de los fantásticos peinados y del maravilloso perfume. Las criadas hablaron a su señora, la reina Atenais, de la mujer egipcia de la fuente, y la soberana mandó que la fueran a buscar para traerla a su presencia.

La diosa le trenzó sus hermosos cabellos y la reina quedó tan encantada que le pidió a Isis que se quedara en palacio. La reina Atenais no tardó en tomarle un gran afecto y confianza a la forastera egipcia e Isis se convirtió en la nodriza del más pequeño de los dos príncipes de biblos.

Cada noche, cuando todo el palacio se ponía a dormir, Isis se deslizaba a la habitación donde estaba el pilar con el ataúd de su marido y lloraba. Durante el día cuidaba al príncipe infante.

Isis le tomó afecto al pequeño y decidió hacerlo inmortal. Una noche se lo llevó a la habitación del pilar y allí encendió un fuego. Pronunció encantamientos y colocó al niño medio dormido en medio de las llamas. El fuego empezó a quemar al pequeño príncipe, pero Isis no lo vigilaba. Se convirtió en una golondrina y voló y voló alrededor del pilar, lamentándose del asesinato de su marido con la voz aguda y triste del pájaro.

La reina Atenais, que dormía en la habitación de al lado, se despertó por el ruido de las llamas y se levantó para investigar de dónde venía. Abrió la puerta de la sala del pilar y chilló horrorizada al ver que su propio hijo se estaba quemando. La golondrina se convirtió en el acto en mujer y las llamas mágicas se extinguieron.

Isis contó a la horrorizada reina quién era y le advirtió que su hijo el pequeño príncipe jamás podría ser inmortal.

Atenais lloró su error y le preguntó a la diosa cómo la podría servir. Isis le pidió el pilar y lo sacó del techo con facilidad, de la misma forma que hubiera podido coger un loto. La divinidad separó el tronco, derramó aceite en las maderas y las envolvió con un lienzo antes de darlas a Atenais para que las guardara y venerara en el templo de Biblos.

Le dio a Isis el mejor barco del puerto y una tripulación para gobernarlo, y luego subieron el féretro a bordo. Al llegar a las costas de Egipto, Isis mandó bajar el féretro a tierra, en un lugar solitario. Entonces quitó los sellos de la tapa.

El cuerpo de Osiris parecía que estuviera durmiendo e Isis lo abrazó con ternura, mientras sollozaba desconsoladamente.

Volvió a cerrar el ataúd y se dirigió hacia el Sur, a travé de las ciénagas del bajo Egipto. Una noche, mientras Isis dormía, Seth fue a cazar a las ciénagas y se encontró la caja. La reconoció en seguida y tuvo miedo. El cruel dios la abrió y al ver el cuerpo de su hermano lo despedazó. Luego los esparció por todo Egipto.

Cuando Isis descubrió la caja vacía, su grito de angustia llegó al cielo y su hermana Neftis se acercó a ayudarla. Si bien era la mujer de Seth, Neftis siempre había preferido a Isis y Osiris, y por tanto las dos hijas de Nut se pusieron juntas a buscar el cuerpo que había sido desparramado.

Durante años, largos y tristes, la fiel Isis y la dulce Neftis recorrieron Egipto de cabo a rabo, y en todos los sitios donde encontraban un fragmento de Osiris erigían un santuario.

Finalmente, consiguieron reunir todos los trozos e Isis se sirvió de un encantamiento más poderoso para volver a unirlos. Las dos diosas vigilaron el cuerpo en forma de halcones, haciéndole sombra con las alas, mientras Isis rogaba para que Osiris se recuperara.

Lo intentó todo, ayudada de todos los encantamientos que sabía, y consiguió resucitar a Osiris para una noche de amor con la esperanza de concebir el hijo prometido. Después, el cuerpo de Osiris quedó definitivamente muerto, pero su espíritu continuó vivo. Ra-Atum hizo a Osiris rey de los Muertos en el reino del Bello Oeste y desde entonces todo Egipto supo que no tenía que temer a la muerte, porque su espíritu continuaría en l reino de Osiris.

Última edición por Ciro fecha: 26-09-2007 a las 22:45:36. Razón: Auto-combinación por doble posteo
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  #7  
Antiguo 24-09-2007, 20:25:12
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Sopdet, que magnifica idea!!ya habia leido la sandalia de Nitocris, es hermoso, que historia de amor, eh chicas?justo para soñadoras como nosotras.
Seti III¿decis que fue la base para la cenicienta?mira vos, yo al leerlo de inmediato pense en ese cuento, lo defini como "la cenicienta a la egipcia"jejeje
Saludos.
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  #8  
Antiguo 24-09-2007, 20:52:38
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Pues sí Ankesenamon, me encantan los cuentos y si encima tienen que ver con Egipto, pues que te voy a contar(jeje, valga la redundancia).A ver si alguien más se anima y pone algun otro.

Anubis guapa, me ha encantado la historia de Hotep, preciosa.¿Sabes alguno más?.
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  #9  
Antiguo 24-09-2007, 21:06:57
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Sopdet y Anubis, se me cae la babita con vuestros cuentos,
Cuando los leo evoco imágenes de Egipto que, con alguna que otra dosis
de imaginación, me transportan a aquella época en que Egipto brillaba más
que el sol.

Muchas gracias a las dos, pero no os pareis porfiiiiis

Un abrazo
__________________
La verdad que nos hace fuertes es la de saber que el
destino lucha por reunirnos con lo que amamos.


Egipto te amo
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  #10  
Antiguo 24-09-2007, 23:58:39
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Aquí os dejo otro cuento, que estoy segura que muchos ya conocereis, pero que a mí, personalmente me encanta.Lo hago de una manera abreviada.

Cita:

Sinuhé el egipcio
En el palacio real reinaba el silencio. Su faraón Amenemhat I había muerto, y toda la Corte mostraba su respeto en señal de duelo. Aunque también se sentía una gran preocupación en el ambiente… ¿quién sucedería al rey?
El mayor de sus hijos, quien debía sucederle, se encontraba lejos de palacio al frente del ejército protegiendo el país. Rápidamente partieron mensajeros en su busca para informarle, y así, Sesostris I decidió regresar apresuradamente.
Por su parte, los demás hijos del rey Amenemhat I querían sucederle al enterarse de su muerte.

Sinuhé, hombre de confianza del faraón, observó que un hombre informaba a uno de los príncipes. Amenemhat había sido víctima de un complot, siendo asesinado por unos cortesanos que bajo las órdenes de este príncipe burlaron la guardia. Sinuhé temía por su vida, creyendo que al no haberse enterado de esas malas intenciones y no poder informar al futuro sucesor (Sesostris I) como era su deber, sería castigado a pesar de su inocencia. Pensó entonces en marcharse de Egipto.
Y así lo hizo. Sinuhé esperó el momento apropiado y tras esconderse evitando a los oficiales y cortesanos, se dirigió hacia el Delta del Nilo. Por la noche, tras esquivar la vigilancia de los centinelas, cruzó la frontera saliendo de Egipto.
Pero no contaba con una gran dificultad en su camino: el desierto. Caminando bajo el sol, muerto de sed, sintió como iba perdiendo sus fuerzas hasta caer sobre la arena. Y pasaron las horas, o incluso días, hasta que de pronto despertó al escuchar el sonido de un rebaño y una voces a su alrededor. Abrió los ojos y se encontró con un grupo de nómadas inclinados sobre él que lo observaban. Un hombre del grupo reconoció a Sinuhé, a quien había conocido en Egipto, y ordenó que le dieran de comer y de beber, invitándole a unirse a la caravana. De manera que accedió y les acompañó por el desierto ganándose el cariño de todos rápidamente.

El príncipe beduino Amunenshi había oído hablar de Sinuhé y requirió su presencia para proponerle que se quedara bajo su amparo, como ya habían hechos muchos otros egipcios.
-¿Por qué te fuiste de Egipto? ¿Ha ocurrido algo grave en tu tierra? –preguntó el príncipe Amunenshi.
Sinuhé le contó sobre la muerte del faraón y su temor a caer en desgracia. Y para no parecer un traidor, dado que se encontraban numerosos egipcios acogidos en la corte de Amunenshi, contestó:
-El primogénito del rey regresó a palacio y sin duda gobierna Egipto. Yo sólo he temido por mi vida, y por eso me he marchado.
Amunenshi quedó satisfecho con sus respuestas, y a partir de entonces Sinuhé se quedó en su Corte, quien rápidamente fue querido por todos. Se casó con la hija mayor del príncipe, y recibió como regalo las tierras más fértiles del oasis.

Sinuhé se convirtió en uno de los hombres más ricos y poderosos, llegando a ser jefe de una tribu. Incluso fue nombrado general de los ejércitos, ganando grandes batallas. Y de este modo, su fama se fue extendiendo.
Pero también existían hombres envidiosos. Y así fue que uno de los mejores guerreros de Retenu que sentía celos de Sinuhé se atrevió a desafiarle en combate.
Durante toda la noche, Sinuhé estuvo preparando sus armas. Todo el pueblo se había congregado nervioso para presenciar la lucha, pero la gran mayoría estaba a favor de Sinuhé.
El guerrero sirio era muy fuerte y valiente, y manejaba las armas con mucha habilidad. Sinuhé no era tan fuerte como él, pero era astuto y ágil. ¿Quién vencería el combate?.
El egipcio consiguió fácilmente esquivar las armas que el guerrero sirio arrojaba contra él, quedándose al poco tiempo sin armas con las que luchar, salvo con sus propias manos. El sirio se puso tan nervioso que se lanzó furioso contra Sinuhé, pero éste arrojó una flecha contra él venciéndolo.
El príncipe Amunenshi, y todo el pueblo, saltaban de alegría por la victoria de Sinuhé.

Sin embargo, Sinuhé no era del todo feliz. Pensaba a menudo en su tierra, Egipto, y cada vez se sentía más apenado. Su mayor deseo era regresar a Egipto para cuando muriera poder ser enterrado en su tierra. Esto era muy importante para un egipcio: ¿cómo su alma alcanzaría el reino de Osiris?.
Y esta era su constante preocupación. Mientras cumplía con sus deberes como jefe de la tribu, en secreto invocaba a sus dioses pidiéndoles que permitieran su regreso a Egipto.
En Egipto reinaba con justicia el faraón Sesostris I, pero para ello había tenido que luchar duramente debido a las revueltas políticas. Por fin reinaba la paz.

A oídos del faraón llegaron noticias de Sinuhé a través de los viajeros egipcios que habían pasado por su casa, y le escribió pidiéndole su regreso a palacio y a su tierra, ya que sabía de su inocencia en el complot contra su padre.

Sinuhé, lleno de alegría, contestó a la carta de Su Majestad explicando sus temores y motivos de su huída. Pasó el día repartiendo todos sus bienes entre sus hijos y se despidió de todos sus amigos, regresando a Egipto.
Sesostris I fue muy generoso con Sinuhé entregándole una enorme casa reformada que perteneció a un noble de la Corte y colmándole de bienes; y ordenó que le construyeran una magnífica tumba de piedra preparándole un merecido ajuar funerario para cuando le llegara el momento de su muerte.

Y así fue cómo Sinuhé el egipcio, colmado de honores y riquezas, esperó el momento de su muerte dichoso por encontrarse de nuevo en Egipto.
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