Para los egipcios el Faraón reinante era un dios, el hijo del dios-sol Ra, y no solo un representante de los dioses. Se creía que era la encarnación del dios Horus (con cabeza de halcón), sucesor de Osiris. Algunos de los títulos ostentosos que se le concedían eran: “sol de los dos mundos”, “Señor de la corona”, “el dios poderoso”, “descendencia de Ra”, “el eterno” y muchísimos más. (History of Ancient Egypt, de G. Rawlinson, 1880, vol.1, págs. 373, 374; History of the World, de J. Ridpath, 1901, vol.1, pág. 72.) En la parte delantera de su corona estaba la imagen del sagrado ureus, o cobra, que, según se creía, escupía fuego y destrucción a sus enemigos. La imagen de Faraón se encontraba a menudo en los
templos junto a las de los otros dioses. Existen incluso escenas egipcias en las que el Faraón reinante aparece adorando su propia imagen. Como dios, la palabra de Faraón era ley, así que no gobernaba de acuerdo con un código de leyes, sino por decreto. No obstante, la historia muestra que su supuesto poder absoluto estaba limitado de manera considerable por otras fuerzas dentro del imperio, entre las que cabe mencionar el sacerdocio, la nobleza y el ejército.
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