Haber algo que he visitado no es, asin que podria ser algo como:
La tumba del arquitecto Ja
Pego pero la foto no esta!!! no se si es
Ana Muñoz-Cobo Vacas
Presidenta de la Asociación Española de Egiptología
Bibliografía
El hallazgo de la tumba inviolada de este arquitecto real nos ha proporcionado una cantidad ingente de información acerca del estilo de vida de un gran colectivo de obreros egipcios que trabajaron durante quinientos años en las tumbas de los faraones del Valle de los Reyes y de sus esposas reales, en el Valle de las Reinas
La ladera occidental de la cadena líbica, en el oeste de Tebas, que se extiende de norte a sur del valle donde se asienta la aldea obrera de Deir el- Medina, fue convertida en necrópolis por sus habitantes, a partir del reinado de Amenhotep II (1428-1397 a.C.), construyendo en ella sus moradas de eternidad, moradas que seguían dos modelos arquitectónicos muy originales: la tumba-
pirámide de tamaño muy reducido y la tumba semirrupestre, excavada en parte en la colina, diferenciándose en que la primera es una
pirámide truncada hueca, construida a ras de suelo y la segunda consta de una estructura cuadrangular (también hueca) sobre la que se disponía la
pirámide de adobe.
El interior de ambas se destinaba a capillas de culto, donde acudían los familiares a depositar las ofrendas funerarias consistentes, básicamente, en alimentos para la supervivencia del difunto.
Ambos modelos disponían de un pequeño patio o recinto exterior amurallado, al que se accedía por un pórtico; en este patio se excavaba un profundo pozo vertical que finalizaba en la cámara funeraria donde se inhumaba al difunto con su ajuar funerario.
Las
pirámides truncadas se remataban con una pequeña pirámide de caliza, el piramidion, grabada con ilustraciones alusivas al culto solar, culto al que todo egipcio estaba afecto, ya que según sus creencias religiosas existía una vida en el Más Allá a la que aspiraban, renaciendo como renace el sol (el dios Ra) cada día, motivo por el que asimismo orientaban sus tumbas hacia el Este.
Por el contrario, la decoración de las capillas cultuales refleja escenas tan dispares como los funerales, las ofrendas funerarias de los familiares, el peregrinaje en barco a la ciudad santa de Abydos (lugar en el que se creía que se hallaba la tumba de Osiris y donde todo egipcio deseaba ir al menos una vez en su vida, representándolo iconográficamente en las paredes de sus tumbas en el caso de no realizarlo) y sobre todo la escena del banquete que presenta un doble aspecto, el mundano y el que el difunto deseaba celebrar para la eternidad con sus familiares aún vivos.
Pero quizás uno de los motivos más sobresalientes de la decoración de estas capillas sean las pinturas realizadas en sus techos, basadas en dibujos geométricos y espirales con flores estilizadas, característicos del arte egeo, que difiere totalmente de la decoración de las tumbas reales, en las que se representaban estrellas de cinco puntas, alusivas también al culto solar ya que faraones y reinas aspiraban a transfigurarse eternamente en una estrella imperecedera.
A diferencia de las tumbas reales violadas y saqueadas en la antigüedad, incluso a las pocas semanas de sellarse la tumba tras el entierro, las tumbas obreras de Deir el-Medina no fueron objeto de expolio por los antiguos egipcios, ni siquiera por los mercaderes de momias de la Edad Media. Fue tan solo a partir de 1799 y tras la expedición napoleónica cuando Deir el-Medina, hasta ahora oculta por la arena y fuera de peligro es dada a conocer por los ingenieros de la Comisión Científica de Napoleón que llegan a la aldea para realizar los planos del
templo de Hathor y relatan en sus diarios: "Deir el-Medina está intocable; las pirámides de las tumbas están intactas y los muros de muchas casas permanecen cubiertos por un lecho de arena, que se adentra hacia el
templo".
A raíz de esta noticia que llega a Europa en boca de los expedicionarios franceses, muchos aventureros llegarían al País del Nilo, a partir de 1810, con dos únicos alicientes, el del coleccionismo y el de lucrarse expoliando el patrimonio faraónico. A este respecto el arqueólogo francés Bruyère relataba en sus diarios de campo: "La búsqueda de objetos para coleccionar incitó a furiosos asaltos a los monumentos respetados desde milenios. Los ladrones de tumbas, los buscadores a sueldo de los cónsules europeos establecidos en Egipto, los ricos turistas e incluso los "fellahin" (aldeanos), azuzados por el ejemplo emprendido de los sondeos devastadores pero fructíferos, enriquecieron a muchos intermediarios, coleccionistas y a un buen número de lugareños".
La necrópolis de Deir el-Medina fue en consecuencia uno de los lugares más saqueados por el cónsul francés de origen italiano Bernardino Drovetti, que recogió en superficie más de diez mil objetos, de los cuales más de seis mil procedían de esta necrópolis; objetos que vendió al rey Carlos Feliz de Saboya y al rey de Francia Carlos X, conformándose de tal modo las colecciones egipcias del
museo de Turín y del Louvre.
En el 1850 Auguste Mariette crea el
museo de Bulaq y el Servicio de Antigüedades en El Cairo, para evitar los expolios y destrozos continuos de los monumentos. Los hallazgos serían depositados en el
museo y las excavaciones serían autorizadas, exclusivamente, por el Servicio de Antigüedades, que dictaminaría el reparto: una parte de los objetos hallados permanecería en Egipto y la otra sería para la misión extranjera o en su defecto para el país originario del arqueólogo. En el 1856, tras la muerte de Mariette, ocupa los cargos de director del
museo y del Servicio de Antigüedades Gaston Maspero, que acuerda ampliar las concesiones de excavación, tanto a extranjeros como a nativos, dotando a los yacimientos de un cuerpo policial para vigilar el orden y los trabajos, haciendo partícipes de los descubrimientos a los propios lugareños, que debían declararlos de inmediato, recompensándoles con una parte de los hallazgos.
La era de las excavaciones científicas a gran escala se iniciaría a principios del siglo XX. En el 1905, la Misión Arqueológica Italiana se establece en Deir el-Medina y su director Ernesto Schiaparelli, a su vez director del museo de Turín, inicia sus excavaciones centrándose en el 1906 en la necrópolis donde descubre la tumba del pintor Maya y de su esposa Tamit, que vivieron durante el reinado de Tutanjamon y cuya capilla de culto trasladó íntegramente a Turín. Pero el descubrimiento más importante de esta campaña sería la tumba intacta del arquitecto Ja y de su esposa Merit, que trabajó en la planificación de las tumbas de los faraones Amenhotep II y Tutmés IV y cuyo interesantísimo ajuar de más de 5.000 piezas se puede admirar en Turín, ofreciendo a los estudiosos y al público en general, una visión exacta de lo que fue la vida cotidiana y las costumbres de una familia obrera del antiguo Egipto.
Ja, cuyo nombre es un patronímico solar que significa "sol radiante al amanecer", vivió entre la primera y segunda mitad de la dinastía XVIII (se estima entre 1430 y 1387 a.C.), empezando a ejercer su carrera si no como arquitecto, sí como un miembro del equipo de obreros, llegando finalmente a desempeñar el cargo de Supervisor de los Trabajos y Jefe de Obras en la Sede Grande (la necrópolis real), es decir, arquitecto.
Su esposa Merit ostentaba el título de "Hermana de él, Señora de la casa" dos calificativos muy difundidos de la época, con los que se denominaba a la esposa o a la novia (en definitiva a la amada), en cuanto a que participaba en las decisiones domésticas y en la educación de los hijos.
El examen radiológico de su momia nos ha revelado que murió siendo aún una mujer joven, muerte que debió sobrevenirle inesperada y repentinamente ya que ni siquiera disponía de un ataud y Ja hubo de habilitarle el suyo, hecho que se constata en el nombre de su propietario grabado en escritura jeroglífica. Su cuerpo momificado pero no vendado estaba envuelto en un gran lienzo de lino y depositado en el bello ataud antropoide, que se reservó a su vez en un gran sarcófago cuadrangular, sellándose la tumba por muchos años hasta la muerte del esposo, que se rodeó de todos sus enseres de trabajo y obsequios, frutos de un largo quehacer, reconocido y recompensado por los faraones a los que sirvió. El sueño eterno de ambos cónyuges sería turbado un día de febrero de 1906, cuando Schiaparelli y su equipo descubrieron el pozo que conducía hasta la cámara funeraria. Excepcionalmente este pozo no se hallaba en el patio de acceso a la capilla, sino en la ladera opuesta de la colina, escondido bajo una gran cantidad de detritos que por su lejanía de la necrópolis, jamás habían sido removidos; sin lugar a dudas fue proyectado sagazmente así por el arquitecto, para asegurarse su descanso eterno.
Despejado el pozo, los arqueólogos hallaron una larga galería tabicada que resultó conducir a la cámara funeraria, a la que pudieron acceder forzando una durísima puerta de alerce; la cámara, de planta rectangular y techo abovedado estaba repleta de enseres perfectamente ordenados y los sarcófagos cubiertos con lienzos de lino, todo en perfecto estado de conservación.
Los objetos de este importante ajuar funerario (que no han sido aún objeto de publicación), nos han evidenciado tanta documentación como para reconstruir el estilo de vida de una familia obrera, como por ejemplo, su forma de vestir y adornarse, los tipos de tejidos usados tanto en invierno como en verano, la indumentaria de diario y de fiesta, la primera no documentada iconográficamente en toda la historia de Egipto.
La peluca de Merit, realizada con cabellos humanos, recogidos en múltiples trencitas ha sido analizada y restaurada en el laboratorio del museo turinés, detectando su restaurador el Prof. Chiotasso que su dueña rociaba en ella cera líquida de abejas mezclada con una resina, así como perfumes y ungüentos, para mantener el cabello ordenado y perfumado.
Restos de aceites, pomadas, ungüentos y kohl se hallan en ocho recipientes de alabastro de Ja; las pomadas y ungüentos eran muy utilizados por los egipcios, para mantener la piel hidratada, pero también contra las dolencias musculares. De hecho, un análisis realizado a un ungüento contenido en uno de estos recipientes dio que estaba elaborado a base de una grasa vegetal y una ínfima cantidad de opio mezclado con hierro pulverizado, indudablemente para uso terapeútico contra dolencias artríticas y caries dentales, males muy comunes en el antiguo Egipto. La iconografía egipcia nos evidencia que tanto hombres como mujeres extendían el kohl por el contorno de los ojos, no solo para embellecerlos, sino como medida preventiva contra el polvo y las infecciones, al estar compuesto de malaquita (carbonato hidratado de cobre) o de galena (sulfuro de plomo), una y otra molidas y aplicadas en forma de pasta.
El mobiliario en el que abundan cofres sillas, taburetes y las dos camas de la pareja nos evidencian el uso de las maderas autóctonas (acacia, sicomoro y tamarisco), para los de uso cotidiano y de maderas nobles e importadas (alerce y cedro del Líbano) para los realizados con fines funerarios.
Si el ajuar doméstico nos ha proporcionado una visión realista de la vida, costumbres y posición social de una familia obrera egipcia, el ajuar funerario nos demuestra que tenía como objetivo la supervivencia del ka del difunto y su purificación espiritual, para poder acceder a la "sede de la eternidad" (el ka sería el aspecto del ser humano, una especie de espíritu protector en el que se manifestaban una cierta fuerza y poder, representado en la estatuilla del personaje y elemento imprescindible para la continuidad de la persona en el Más Allá).
Sobre el pecho vendado de Ja los sacerdotes funerarios habían colocado un bellísimo ejemplar del Libro de los Muertos de factura real, un papiro con treinta y tres fórmulas o capítulos mágico-rituales, que facilitaban al difunto los medios para superar todos los obstáculos que hallara en su camino hacia el Más Allá; los ataudes y sarcófagos para preservar su cuerpo, los "ushebtis" o respondedores, representantes del difunto que se encargaban de hacerle los trabajos encomendados en su otra vida, los alimentos depositados en la tumba para su supervivencia e incluso el juego del senet (antepasado de nuestro juego de damas), que tenía connotaciones funerarias, nos evidencian además del empeño por vivir eternamente, su "status" de funcionario real muy relacionado con los talleres de la corte. Los estudios radiológicos y paleopatológicos de ambas momias, realizados en 1966 en el hospital Mauriziano de Turín han revelado que Ja lleva entre sus vendajes un collar de oro, el llamado "oro del honor", donado por uno de sus soberanos en reconocimiento de sus méritos; porta, además, amuletos de protección y ornamentos como pendientes, brazaletes y sortijas, mientras Merit lleva en su cuello un precioso collar de siete vueltas con 417 elementos de fayenza o piedras semipreciosas de inspiración floral, además de pendientes, cinturones y ajorcas en sus tobillos.
En cuanto al examen paleopatológico de Ja, las radiografías han mostrado el esqueleto de un individuo de complexión robusta y alto, de edad avanzada sin llegar a ser un anciano; las mandíbulas presentan un cuadro muy agudo de piorrea alveolar con huesos muy descarnados; en la mandíbula superior se detectan la falta de los dientes anteriores y focos de caries en los molares. Sin embargo, es la columna la que presenta más patologías: por un lado, su tracto dorsal y lumbar presenta evidentísimas alteraciones, que testimonian el cuadro típico de hiperestosis vertebral anquilosante de Forestier, es decir, una artrosis degenerativa unida a una fuerte discopatía del quinto disco lumbar.
La "indiscreción" de este examen radiológico ha terminado por desvelarnos lo que los vendajes habían custodiado celosamente a lo largo de 3.500 años, o lo que es lo mismo, lo único que nos faltaba por saber de este personaje del antiguo Egipto: una persona cuya vida estuvo llena de molestias, pero abnegada y entregada totalmente al faraón reinante.
Que se sortea gallifantes, ajjajaja. Saludos haber si he tenido suerte!!
Haz click para ver los artículos sobre templos, con fotos, mapas, etc. |