En el año 1835, en la pequeña ciudad de Kirtland, Ohio, Joseph Smith adquirió por 2400 dólares un lote de objetos egipcios: cuatro momias y tres rollos de papiro. El vendedor, Michael Chandler, un inmigrante irlandés, los había heredado de un pariente italiano, Antonio Lebolo, quien visitó Egipto entre 1817 y 1821. Hasta aquí, la historia no tiene nada de particular. Lo curioso es que Chandler acudió directamente a Joseph Smith porque había oído decir que tenía el don de traducir textos antiguos. Estamos hablando de Joseph Smith, el profeta fundador de la Iglesia de Jesucristo de los Santos Últimos Días, más comúnmente conocidos como mormones.
Facsímil 1 según Joseph Smith. (Libro de Abraham)
Joseph Smith estudió los papiros y, como ya había hecho con el conocido Libro de Mormón, gracias a la
ayuda divina fue instruido para traducir la lengua antigua en la que se encontraban escritos, según él muy parecida al ‘egipcio reformado’ en que había sido escrito el Libro de Mormón. Tras su análisis y traducción, el profeta dijo estar en poder de un texto manuscrito original del patriarca Abraham, el padre del Cristianismo, Judaísmo e Islam. Él mismo los describió “los registros de Abraham y José, descubiertos con las momias, son papiros hermosamente escritos, con tinta o pintura negra, y pequeñas partes rojas, conservadas perfectamente”. Ocupado también en la construcción del primer
templo mormón de Kirtland y otros asuntos de su Iglesia, abandonó la traducción de los textos. No fue hasta 1842 en Navoo, Illinois, la nueva sede mormona, cuando pudo completar la traducción del primer rollo.
Estos textos traducidos, junto con tres de las ilustraciones del rollo de papiro (llamadas por él facsímiles), fueron por fin publicados en 1842, en lo que se tituló Libro de Abraham (Smith nunca llegó a acabar de traducir los otros rollos que él llamaba el Libro de José). El libro fue un éxito entre los fieles y fue reimpreso en varias ocasiones. En sus cinco capítulos habla de los años de juventud de Abraham, de su lucha contra la idolatría, de cómo unos sacerdotes paganos intentaron sacrificarlo para honrar a sus dioses pero un ángel se lo impidió, de la creación del mundo y del hombre, etc. Nadie se atrevió a llevar la contraria a Joseph Smith en la traducción e interpretación de los papiros y sus ilustraciones, ya que nadie en E.E.U.U. sabía
jeroglíficos o hierático en aquella época, y lo que era más importante, muchos le creían un auténtico “profeta, vidente y revelador”. De hecho, desde 1880 el Libro de Abraham es parte de las escrituras sagradas oficiales de esta Iglesia.
Tras la muerte de Smith en 1844, los mormones fueron obligados a abandonar Navoo, emigraron a Utah, y durante ese ‘éxodo’, las momias y los papiros originales desaparecieron. No fue hasta 1967 cuando un empleado del Metropolitan Museum of Art de Nueva York reencontró lo que quedaba de éstos. En total, fueron recuperados once fragmentos dañados de los papiros de Joseph Smith, y devueltos a la Iglesia Mormona, quien no dudó en hacer pública su autenticidad, ya que en la parte trasera de los papiros había dibujados mapas del
templo y de la ciudad de Kirtland, por lo tanto, confirmaron que se trataba de los originales a partir de los que Smith escribió el Libro de Abraham. Una vez recuperados, y en una época en la que los
jeroglíficos ya eran bien conocidos, era el momento de volver a traducir los documentos y los facsímiles y ver si realmente Joseph Smith era un profeta. Si lo era, las traducciones contemporáneas debían ser muy similares a las de Smith.
fuente:Roberto Vinett
PD: continuará...
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