DJEBEL BARKAL: La Montaña Sagrada de Amon.
Foto Autor: María Gropa - Whc.Unesco.org
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Tras la partida hasta Arabia del grueso de las tropas de Elio Galo, Egipto queda sensiblemente desguarnecido. Es el momento propicio para que los kushitas infrinjan numerosas acciones de castigo, dirigidas a la expulsión del dominio romano sobre el sur de Egipto.
Las crónicas de Estrabon y Diodoro Siculo, aluden a las denominadas "Kandakes", como las auténticas monarcas supremas de Kush.
Kush ese gran territorio que ha sobrepasado su primigenio reino inicial y ahora alcanza hasta más allá de la VI catarata.
El gran Kush, que engloba todas las tierras fértiles que circundan esta gran región del Nilo y también la inmensa zona desértica que las custodian. El gran Kush que abarcaba, posiblemente, hasta la confluencia de sus principales ramales: El Nilo azul etíope y El Nilo blanco sudafricano.
Estas reinas negras nubias, con una verdadera y efectiva potestad (muy por encima de la ejercida por reinas egipcias), comandan y lideran en primera línea los ejércitos kushitas.
Las "Kandakes" no eludían representarse ocultando sus atributos femeninos, al contrario: los mostraban orgullosamente.
Solían representarse armadas de arcos y mazas, arrastrando a sus enemigos sujetos a cuerdas y en las mismas dimensiones que a los dioses.
No precisaban aparentar ninguna masculinidad para ejercer el liderazgo del país; entre sus devotos súbditos transmiten más arrojo y valor.
Un país, Kush, en épocas co-aligado, pero casi siempre sometido por Egipto. Kush, en estos momentos históricos, un estado jerarquizado al modo faraónico y gobernado por un matriarcado, de esencia 'divina' y ancestral.
La reconquista kushita alcanzará hasta la mismísima Tebas, afirmando la imparable supremacía de su estirpe, como ya lo demostraran durante la histórica XXV dinastía.
Los kushitas arrasan toda simbología impuesta por Roma, poniendo en fuga a los legionarios.
Saquean todo de cuanto valioso pueden acarrear en su regreso a sus dominios, incluyendo bustos de las descabezadas estatuas de Octavio, un verdadero trofeo más que simbólico.